Tacto especial y cálido

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El tic tac del reloj se oía en el comedor, donde estaban ambos adolescentes sentados en la mesa.

Nuevamente les habían hecho trabajar juntos, aunque a este punto de su relación las incomodidades eran completamente inexistentes.

— ¿No querés más jugo?

— ¿Vos querés que me orine acá mismo?

— Sos pesado, fuera de mi casa.

— ¿Y cómo vamos a terminar estas preguntas si me echas? —alzó una ceja burlesco.

— Cállate un rato y anda respondiéndome la pregunta siete.

— Las mías eran la ocho y la nueve.

— Y te pido que hagas la siete también, y yo hago la cinco.

— ... ¿estamos negociando la tarea?

— ... sí.

Qué patéticos eran.

Suspiraron y devolvieron las miradas a sus cuadernos y al libro de historia abierto frente a ellos.

— Honestamente me estoy aburriendo —murmuró Francisco mordiendo su lápiz.

— Yo también, pero prefiero terminar esto antes —dijo sin realmente mirar a Francisco, estando ensimismado en el trabajo.— Si querés puedo terminarlo.

— No —se negó.— No harás eso.

— No me molesta.

— No es por si te molesta o no, es que no me puedo aprovechar de ti —le susurró.

Esteban sonrió mientras escribía.

Una parte del pelo le cayó en los ojos, pero eso no fue un impedimento para seguir escribiendo. Francisco se le quedó mirando, casi con un problema de TOC al ver que no tenía intención alguna de removerlo de su campo de visión.

Por ende, acercó la mano y lo movió por él, dejando ese mechón detrás de su oreja. Esteban alzó la cabeza ante el tímido toque de su amigo y también se le quedó mirando, sonriéndole cuando notó que este no parecía querer mover su mano de ahí, cercana a su mejilla.

Recargó el cachete en la palma ajena y dejó caer el lápiz, luego presionó la mano que le tocaba el rostro con la propia.

— ¿Te acordás de cuando me dijiste que yo te gustaba? —volvió a susurrar Francisco.

— Lo recuerdo —le afirmó, también en susurro.— Lo recuerdo muy bien.

— Luego no te vi nunca más.

— Lo sé.

— Yo no dejé de pensar en esa pijamada —admitió Romero. Su dedo pulgar le acarició el pómulo con parsimonia y gentileza.— Siempre me pregunté qué habría pasado si... si te hubiese dicho que también me gustabas.

Esteban quiso reírse en su cara, no de mala gana, sino de buena. Era irónico que hubiesen tenido sentimientos mutuos de tan chicos y que nada haya ocurrido.

— ¿Aún te gusto? —Esteban quería averiguarlo, quería saber si había... una oportunidad.

El ojiverde sonrió, una sonrisa que se formó de manera muy lenta.— Bueno... sí... supongo.

— ¿Supones?

El mayor se inclinó levemente hacia él, recargando un brazo en la mesa.

Dios, ¿Qué onda con este nivel de confianza? ¿Esta seguridad innata? ¿Qué pasó con la timidez y la torpeza?

ꜱɪɴᴄᴇ ᴄʜɪʟᴅʜᴏᴏᴅ // ᴇꜱᴛᴇʙᴀɴ x ꜰʀᴀɴᴄɪꜱᴄᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora