Unidos

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El tibio aire se metía por debajo de sus prendas, se sentía liviano y cómodo bajo el sol, sobre el pasto descalzo. Sentía las plantas de sus pies hormiguear a causa del césped, el cual comúnmente le generaba una reacción alérgica en la piel, enrojeciéndola.

Subió la mano sobre su estómago hasta llegar a su cara y tapó los rayos del sol, apartándolos de sus ojos cuando sintió una presencia junto a él. Sonrió al ver que se trataba de Esteban, quien vestía un par de shorts y una camiseta holgada por el calor.

— Se me pasó la hora volando —se disculpó Francisco.

— Traje la radio —señaló el objeto pequeño que colgaba de su mano.— ¿Dónde lo conecto?

— Ahí —señaló un toma corriente no tan alejados de ellos. Se puso de pie y se lo arrebató de las manos, robándole un beso.— ¿Con qué tipo de música nos vas a deleitar la tarde de hoy? 

— Ya verás —le guiñó el ojo, coqueteándole.— Es de tus favoritos.

Encendió la radio luego de conectarla y ponerla sobre un banquito. Chilló de emoción al reconocer la canción, Pronta Entrega, de Virus.

— Qué hombre que sos, Esteban Kukuriczka —le sonrió acostándose en el pasto nuevamente.— Ponte aquí —señaló su costado.

Esteban se acostó junto a él, teniendo el brillo del sol realzando su belleza, Romero lo miró maravillado. Cada destello resalta la suavidad de su piel y la intensidad de sus ojos, convirtiéndolo en el amanecer más hermoso que jamás haya existido.

— Cuidado que me gasto —se burló Esteban al percibir la mirada fija de su novio en su rostro, pero ni siquiera su comentario hizo que el menor dejase de mirarlo.— ¿Tengo algo? —susurró, tímido.

— No, no... sólo... te quiero ver —le tranquilizó usando su mismo tono de voz.— Sos precioso, Kuku.

El aludido se sonrojó con violencia al oír aquello, y miró al cielo para que el sonrojo no sea tan notable, pero falló olímpicamente porque sus orejas lo delataban.

Ahora Fran podía ver su perfil, la silueta de su cara de costado lo tenía en el piso, arrancándose la piel en su cabeza por lo hermoso que era. Le estresaba que fuese bellísimo porque otros lo veían, y lo quería sólo para él y para nadie más.

— Dices giladas —le contestó el mayor, tratando de quitarse el color rojizo de las mejillas.

— No son giladas, son verdades —se sentó en el pasto y le acarició la mejilla con los dedos, una caricia casi inexistente.— No me gusta que seas lindo, todos te ven y piensan lo mismo que yo, y sólo yo quiero poder decir lo precioso que sos. Amo tu rostro, tu pelo, tus manos, todo tu cuerpo que es un templo, mi templo. Sos el lugar donde me refugio y suplico por tu eterno amor, sin querer que se acabe.

Cada palabra salió de entre sus belfos con amor y honestidad, teniendo al mayor a sus manos, sintiendo el pecho inflarse.

Kukuriczka también se sentó, agarrando el rostro de Francisco para acercarlo y besarlo lentamente, afianzando el agarre entre su cuello y mandíbula. Luego pasaron a besos cortos, intensos, donde Esteban comenzó a murmurar cosas entre los besos.

— Te amo —susurró besándole los labios.— Muchísimo —le besó las comisuras.— Demasiado —ahora las mejillas, para luego detener los besos viendo el sonrojo en la cara de Francisco. Le acarició los cachetes con los pulgares, mirándolo a los ojos.— No sé qué mierda hice en mi vida pasada como para tenerte acá —masculló, casi perdido en el sabor de los labios contrarios. Le dio un piquito.— Puede sonar desesperado, pero me siento muy afortunado de tenerte.

ꜱɪɴᴄᴇ ᴄʜɪʟᴅʜᴏᴏᴅ // ᴇꜱᴛᴇʙᴀɴ x ꜰʀᴀɴᴄɪꜱᴄᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora