Sanar para vivir

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Era difícil superar una situación de esa magnitud, en especial cuando uno se rehusaba a hablar al respecto. Costó mucho, fueron meses y meses que se transformaron en años hasta que conoció a Santiago en una fiesta. Recién ahí pudo hablar de lo sucedido, de cómo le había afectado.

Santi le brindó la confianza y seguridad que no había sentido desde Rafa, y claro que al principio le asustaba eso. ¿Y si pasaba de nuevo? Si esa vez casi lo llevó a su propia muerte, una segunda ocasión acabaría definitivamente con él.

Pero terminó cediendo a los efectos del amor y cayó rendido ante el muchacho, quien también se enamoró profundamente de él.

Lo que Simón apreciaba más era la compresión que Vaca Narvaja tenía cuando se trataba de Rafael. Jamás cuestionó el amor y el cariño que aún le tenía, siempre preguntaba de manera respetuosa sobre él, cosas mundanas y simples sólo para conocer al chico que le cautivó el corazón y alma en su adolescencia.

Sintió la mano en su pecho, vio con claridad el dedo anular vestido con el anillo de bodas que se dieron un sábado por la tarde con sus familias presentes. Fue una boda íntima porque a ninguno de los dos le parecía correcto hacer tremendo show por la fiesta, donde sólo invitaron a los más cercanos (formando sólo veinte invitados).

— ¿Pensando en qué andás?

Una carcajada se le escapó al pelinegro. Esa manera peculiar de hablar de Santi era gracioso siempre, pues llegaba con órdenes raros en cada oportunidad.

— Mi dislexia no soporta esto —Simón sonrió volteando la cabeza, topándose con el angelical rostro de su esposo.— Y si no malentendí, pienso en muchas cosas.

— ¿En qué cosas? —le sonrió, besándole el hombro.

— Rafa.

— ¿Y qué pensás?

— Sólo me acordé de él —suspiró posando su mano sobre la que descansaba en su pecho.— Ya sabés, como ese recuerdo vago que se te cruza una a las quinientas.

— Ya veo. Encontré su caja, por cierto. Está en la cama, por si querés verla.

Hempe negó suavemente. Volteó el cuerpo completo y rodeó la cintura de su marido con los brazos, este imitó la acción pero alrededor de su cuello.

— Yo quiero verte a vos, ahora —le acarició la cintura por encima de la camiseta.— Después la veo, o qué sé yo.

— Qué raro, siempre que podés la abres.

— Es un hábito medio autodestructivo, ¿no crees?

El rubio se encogió de hombros con una sonrisita en los labios. Jugó con el arete en la oreja de Simón, jalándolo, girándolo y columpiándolo

— Yo sólo decía.

— Ya sé. Gracias igual —le dio un besito, haciéndole reír suavemente.— Lo digo en serio, gracias. Nunca lo he dicho me parece, y creo que debo hacerlo.

— ¿"Gracias" por qué?

— Por no juzgar mi pasado.

— Tu pasado crea tu presente. Y me gusta lo que tu pasado creó para mí —susurró mirándolo a los ojos.— Te dolió, lo sé, pero cambió tu forma de pensar y eso me trajo a vos.

— Mirá vos, ¿yo soy el objeto de todos tus poemas?

— De todos toditos —le aseguró besándolo.

Era un beso más largo y lento, donde los suaves chasquidos inundaban sus oídos.

Santiago era dulce al besarlo, nunca se apresuraba ni forzaba las cosas, sólo dejaba fluir la situación para que los llevase a lo que les correspondía en el momento. Terminó de rodearle la cintura y lo apegó a su cuerpo, intensificando el beso.

ꜱɪɴᴄᴇ ᴄʜɪʟᴅʜᴏᴏᴅ // ᴇꜱᴛᴇʙᴀɴ x ꜰʀᴀɴᴄɪꜱᴄᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora