"¿Te puedo decir "Kuku"?"

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Jugó con la correa de su mochila mirando al suelo mientras escuchaba a los demás niños correr, jugar y reír en el salón y en el patio. Su mamá lo miraba impaciente, esperando a que entrara al salón, pero este parecía no querer hacerlo.

— Dale, Esteban, entrá —le dijo su mamá.

Esteban dudó muchísimo, la miró con ojos lastimeros.— Me quiero ir a casa —suplicó.

— No podés ir a casa ahora. Vinimos aquí para que aprendas, ¿no era eso lo que querías?

Asintió apenado.— Ya no quiero.

— Estebi, podrás hacer amiguitos aquí, ¿eso no te emociona? —el niño negó. Él sólo quiso ir al colegio porque porque su primo entró el año pasado, y quería estar a la par con él.— Hijo, debes entrar —ahora su tono de voz era distinto, firme incluso.

El niño quería llorar, pero asintió nuevamente y besó la mejilla de su mamá cuando ella se agachó.— Chao, mami.

— Chau, mi niño precioso —ella le besó la frente.— Vendré por ti a la una, ¿dale? Hazte muchos amiguitos y amiguitas.

— Bueno.

Ella no se fue hasta que entró al salón y se sentó en una de las mesas redondas, dejando su mochila colgada en el respaldar de la silla.

Estaba nervioso, y se sentía muy solo a decir verdad, quería puro irse a su casa y ver caricaturas como hizo el día anterior. Soltó un pequeño suspiro y se quedó mirando por la ventana a, quienes creía que eran, sus compañeros y compañeras jugar, preguntándose si podría hacer eso en algún momento.

Nunca fue bueno haciendo amigos pues era muy tímido para su edad, su mamá se lo decía siempre. No había pasado mucho hasta que la maestra decidió meter a los demás niños al salón, haciéndoles sentarse en los puestos que ellos decían ser los suyos.

— Muy bien, niños... —ella se presentó, Valeria se llamaba y las maestras asistentes Sofía y Sara, les explicó qué iban a hacer primero, nada complicado.— ... y se los pegaremos en sus poleritas. ¿Todos saben escribir sus nombres? —todos los niños corearon un enorme "¡síi!".— ¡Oh, pero qué niños más inteligentes tenemos aquí!

Su mamá se había encargado de meterlo a una escuela privada de alto nivel, lo mejor para su hijo. Si su hijo iba a estudiar, se merecía un lugar que estuviese a su propio nivel, pues ella fue bendecida por Dios de darle un retoño inteligente a corta edad.

Sofía y Sara entregaron papelitos de colores a cada niño, usando plumones negros para escribir sus nombres.

— ... pero es de niñas.

— No lo es —contestó un niño, terminando de escribir su nombre con letras minúsculas y mayúsculas de por medio.— Aparte me gusta el rosa.

— Eso te hace una niña.

— No me importa —concluyó el niño.

Esteban miró el rostro del chiquillo que hablaba; un niño medio blanquito de piel, tenía los ojos verdes y tenía una sonrisa enorme en la boca. Juró jamás haber visto una persona tan sonriente hasta hoy, mucho menos una sonrisa bonita con falta de un dientecito.

Le gustó la sonrisa de ese niño... ¿estaría eso bien? Él asume que sí.

— Okay... ¿cómo vamos, Esteban? —la mano de Sara se puso en su hombro durante unos segundos antes de soltarle. Revisó su nombre escrito, sorprendida de su prolijidad.— Woa, qué lindo escribís —le halagó.

— Gracias —agradeció el comentario, poniéndose colorado.

— Bien, ahora pegaremos esto en tu polera, así tus compañeros y compañeras se aprenderán tu nombre y tú el de ellos.

ꜱɪɴᴄᴇ ᴄʜɪʟᴅʜᴏᴏᴅ // ᴇꜱᴛᴇʙᴀɴ x ꜰʀᴀɴᴄɪꜱᴄᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora