25

3 0 0
                                    

TEO

Seguía insistiéndole a Lucía en que dejáramos de correr, aunque no visualizaba mucho por dónde íbamos. Me fijaba más en no tropezar, ya que iba mirándola de reojo. Y a trompicones.

El pelo le iba en todas direcciones y con la otra mano debía apartárselo constantemente, las mejillas las tenía sonrosadas puesto que el deporte y ella no iban de la mano. Se le suma que hacía muchísimo frío en esta época en Madrid.

No es que tenga miedo, creo que lo perdí hace mucho tiempo, sin embargo, no quería tener una conversación con mis padres. Que intenten interrogarme acerca de lo sucedido y yo, callarme porque me parece todo demasiado íntimo como para decirle a mis padres... ¿esto? No sé qué haremos.

La impulsividad de Lucía es algo que siempre me ha gustado, normalmente es así porque el miedo le impide vivir y si actúa sin pensar el miedo no gana. Gana ella.

Sigo corriendo tras ella, me ha agarrado fuerte de la mano y ha hecho que un hormigueo se me suba por el brazo. Ambos somos conscientes de que podría frenarme de golpe, y ella, tendría que parar sí o sí. Soy más fuerte que Lucía y más veloz, si dejo que haga esto es porque confío en ella.

Estoy completamente jodido.

Ni si quiera sé por qué me está ayudando, debería estar enfadada conmigo y reclamarme respuestas. Esperaba incluso una bofetada, un millón de insultos y quizá hasta que me haga la cruz.

Y no, claro que no porque la he vuelto a subestimar. Ha hecho de tripas corazón y cuando me ha visto en su casa ha decidido que la mejor opción era ayudarme a escapar de la situación. Aceptar su locura y correr sin mirar atrás. Literalmente. No se preocupó por nadie más, a pesar de que debería mirar más por sí misma.

Sé de sobras que está mal, el asunto de Daniela le ha dejado jodida porque se siente sola y sin nadie a su lado. Claro que no lo demuestra y mucho menos, frente a mí. Se hace la dura y sonríe con picardía para que yo no decaiga.

¿Y ella?

¿Por qué ha de decaer ella para que el resto no lo hagamos?

Vaya par estamos hechos.

Las calles de Madrid están llenas de gente con bolsas de regalos, ya que deben estar comprándolos porque en nada sería la cena de Nochebuena. Lo típico.

Está oscureciendo, es pronto para ello, pero a estas alturas en pleno mes de diciembre era lo habitual. Los bares se están llenando y nos ubicamos en la Puerta del Sol, porque sí, no había otro sitio donde hubiera más gente. Nos acercamos a la boca del metro, no sé qué pretende y no me está gustando nada esta situación. Veo como abre la mochila y se cuelga un altavoz, estoy teniendo recuerdos extraños y ni si quiera son míos. Surrealista.

No pensé que se hubiera leído el libro de principio a fin.

Quiero decirle que pare. Que se detenga. Que demos marcha atrás y volvamos a su casa o a donde sea a estar en silencio. Hay bastante ruido, la gente parlotea y se ríe animadamente en cualquier bar.

Miro a Lucía, que se está encargando del panorama y necesito chillarle que quiero irme a mi casa, que me tiembla el cuerpo cual flan y siento la necesidad de golpear al saco. Una y otra vez. Dejándome la piel en ese trozo de tela, que tanto me está aguantando.

No dejo de observar a nuestro alrededor, lleno de personas que deben estar lidiando con sus propios asuntos. Pensando en cómo van a celebrar la Navidad, si se llevan mal con los suegros, el primo que siempre incordia y en cuánto van a gastarse en una cena.

Luego observo a Lucía, destacaría entre un millón de personas y no por el pelo azulado. Desde bien pequeña que ella ha sido esa estrella que aparentaba ser gris pero que era una explosión de colores y sensaciones.

A TRAVÉS DEL MUNDO || BILOGÍA TIEMPO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora