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(TW: Autolesiones)

Suguru se dirigía hacia su dormitorio, con el pincel y la pintura dorada que acababa de comprar en una tienda de arte. Estaba a punto de aplicar el arte del Kintsugi en su propio cuerpo. ¿Lo consideraba algo estúpido? Sí, bastante si era sincero, lo encontraba absurdo. Pero estaba desesperado y sabía que en situaciones desesperadas, a menudo se toman medidas peligrosas o, en este caso, estúpidas.

Se aseguró de que los dormitorios estuvieran vacíos, ya que era fin de semana y nadie estaría por allí. Satoru tenía una reunión con los ancianos de su clan, Shoko, Nanami y Haibara probablemente habían ido a visitar a sus familias, y en cuanto a Hebihada, bueno... Suguru no sabía mucho sobre ella, pero no se encontraba cerca, lo cual era una luz verde para seguir adelante con su plan.

El eco de sus pasos resonaba en los pasillos desolados y oscuros, siendo lo único audible en el ambiente. Otro fin de semana más solo, otro fin de semana sin visitar a sus padres. ¿Cuántos habían pasado ya? Suguru los había estado llamando para evitar cualquier inconveniente, como aquel incidente en la madrugada, pero las llamadas nunca duraban más de quince minutos. Siempre encontraba una excusa para terminar la conversación.

¿Se sentía culpable? Sí, definitivamente. ¿Se arrepentía? También. ¿Dejaría de hacerlo? Claro que no. Se sentía tan destrozado y perdido consigo mismo que incluso hablar con sus progenitores no le ayudaba. Extrañaba los momentos en los que su madre le horneaba deliciosas galletas cuando se sentía decaído, o cuando su padre le enseñaba el mundo de las artes marciales.

Suguru anhelaba con todo su ser volver a aquellos tiempos de su infancia, cuando aún no conocía a los hechiceros y no había sido expuesto a las maldiciones. Extrañaba la inocencia de aquellos días, cuando desconocía la crueldad del mundo y aún no había descubierto su propia técnica maldita.

Cuando podía ser capaz de sonreír de corazón en un mundo como este.

Suguru continuó caminando lentamente hasta llegar a la puerta de su habitación. Dio un último vistazo a su alrededor antes de entrar. Cerró la puerta detrás de él y encendió la luz. Su habitación estaba perfectamente ordenada, no había ningún objeto fuera de su lugar. El suave aroma a lavanda proveniente de sus frazadas llenaba el aire.

Dirigió sus pasos hacia el pequeño baño que se encontraba en su alcoba. Dejó la puerta abierta y colocó la bolsa con sus compras en el lavabo. Al levantar la mirada, se encontró con su reflejo en el espejo. Era ese mismo reflejo al que se enfrentaba todos los malditos días, el que le recordaba su miseria.

Suguru comenzó a prepararse, deshaciendo el moño de su cabello y dejando que sus hebras oscuras cayeran por debajo de sus hombros. Se tomó un mechón de cabello, notando lo mucho que había crecido. Hacía tiempo que no le daba mantenimiento y las puntas parecían un poco maltratadas, pero eso sería algo que abordaría más adelante.

Desabrochó el botón de su chaqueta, dejándola junto a su camiseta blanca, que estaba fajada en sus pantalones oversized de tiro alto que amoldaba su cintura. Dejó que el cinturón cayera al frío suelo, junto con los pantalones. Con cuidado, desabrochó uno a uno los botones de su camiseta hasta que también cayó al suelo. Ahora solo quedaba en ropa interior.

Suguru pasó sus ásperos dedos por las cicatrices que cubrían su cuerpo. Eran marcas que llevaba consigo, pero sabía que no serían permanentes, sanarían con el tiempo. Sus dedos recorrían cada una de las cicatrices, comenzando por su zona V y llegando a sus pectorales.

Entrecerró los ojos y tragó con dificultad al ver la gran X que se formaba en sus pectorales. Era la cicatriz más grande que tenía y la que más le avergonzaba mirar todos los días al bañarse. Comenzó a trazar la X con sus dedos, sintiendo cómo la piel era irregular en esa área y más áspera que en el resto de su cuerpo.

URÓBORO || Geto SuguruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora