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Hace ya un siglo, los reinos de Dawnridge y Lunawood eran uno solo, con un único rey y una tierra unificada

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Hace ya un siglo, los reinos de Dawnridge y Lunawood eran uno solo, con un único rey y una tierra unificada. Sin embargo, la armonía se vio eclipsada por el resentimiento y la ambición. Los hijos del Sol se cansaron de soportar el desdén de los hijos de la Luna, quienes se consideraban una raza superior, bendecida por su madre, la Luna, que entrelazaba sus almas con las de los lobos. Estos seres, imbuidos con las habilidades de los lobos y dones adicionales, despertaron la envidia y el temor entre los hijos del Sol. La situación llegó a su punto de ruptura cuando los hijos del Sol se alzaron en armas contra los hijos de la Luna, desatando una batalla despiadada que ni siquiera el propio rey pudo detener.

Después de años de conflicto y derramamiento de sangre, los sabios recibieron una señal de los dioses: dividir el reino en dos. El rey, resignado a aceptar la voluntad divina, dio su consentimiento y se trazaron límites entre los nuevos reinos. El único sabio de la corte, descendiente del Sol, fue proclamado Rey de Dawnridge, y así comenzó una nueva era para ambos reinos.

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-Señorita Emily, su presencia es requerida en la oficina del rey- anunció mi compañera de servicio mientras dejaba el libro en la mesita de luz y me despedía del príncipe.

Al abrir la puerta, me encontré con la corte de ancianos del reino reunida, junto con un mensajero del reino de Lunawood y el Rey.

-Hoy una carta nos a llegado, informando que nuestro reino ha cometido un horrible pecado al matar a la prometida de un noble de Lunawood-, declaró solemnemente el Rey. -Y según el tratado, debemos entregar una mujer de nuestra tierra para mantener el equilibrio. Tú serás esa mujer del intercambio

-No quiero hacerlo, mi Señor-, exclamé furiosa.

-No te estamos preguntando, sino exigiendo-, intervino la esposa del rey con frialdad. -Y agradece que tengas una oportunidad con un noble en Lunawood, ya que aquí serás una sirvienta para toda tu vida, una bastarda del rey-

Con la mandíbula tensa y los puños apretados, me obligué a hablar con calma. -¿Cómo puedo ser responsable por los actos de otros?- pregunté, luchando por contener mi ira.

El Rey, con gesto compungido, se inclinó hacia adelante en su trono. -Entiendo tu angustia, Emily, pero este es un asunto de gran importancia para mantener la paz entre nuestros reinos. No podemos ignorar los términos del tratado-, dijo con solemnidad. -Espero que comprendas la gravedad de la situación y cumplas con tu deber por el bien de nuestro pueblo-

Asentí con la cabeza, aunque por dentro sentía una tormenta de emociones. Sabía que no tenía elección, pero la idea de ser enviada lejos de mi hogar y convertirme en una especie de moneda de cambio me resultaba insoportable. Sin embargo, también entendía la importancia de mantener la paz entre los reinos y el peligro que representaba la ruptura del tratado.

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