XXIV

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Esa noche, el aire en el castillo estaba cargado, como si anticipara una tormenta inminente

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Esa noche, el aire en el castillo estaba cargado, como si anticipara una tormenta inminente. No podía conciliar el sueño, la tensión en mis músculos era insoportable, y decidí salir a fumar para despejar mi mente. Mi lobo estaba inquieto, gruñendo bajo la superficie, siempre presente, siempre vigilante. Desde mi balcón, observaba las sombras proyectadas por la luna en los jardines, tratando de encontrar algún tipo de paz. Pero la paz parecía un lujo inalcanzable.

Después de unos minutos, mientras caminaba por los pasillos silenciosos del castillo, la vi. Emily. Estaba bajando las escaleras en dirección a la cocina, moviéndose de manera silenciosa, como si no quisiera ser vista. Algo en su postura llamó mi atención: la forma en que abrazaba su cuerpo, el ligero temblor en sus manos. ¿Qué la inquietaba tanto como para estar deambulando a estas horas?

Mi instinto me empujó a seguirla, y aunque sabía que probablemente no quería hablar conmigo, no pude resistirlo. Mi mente buscaba cualquier oportunidad de acercarme, de aclarar lo que estaba sucediendo entre nosotros, aunque sabía que las cosas no estaban bien.

La seguí, manteniendo la distancia, hasta que la vi detenerse en la cocina. Se movía por el lugar con una familiaridad que me desconcertó, como si buscara algo para consolarse en ese espacio. Cuando ella se dio cuenta de mi presencia, giró bruscamente, con los ojos abiertos por la sorpresa y una leve molestia reflejada en su mirada.

—¿Qué haces aquí, Aric? —preguntó con una voz fría, casi distante.

No pude evitar sentir una punzada de dolor al escucharla hablarme así, pero sabía que la había provocado. Di un paso hacia ella, intentando acercarme sin parecer amenazante.

—Vi que bajabas... quería hablar contigo —dije en un tono suave, tratando de no intimidarla. Pero en cuanto las palabras salieron de mi boca, pude ver cómo ella se cerraba aún más, erigiendo muros invisibles entre nosotros.

Emily dejó escapar una risa amarga, casi incrédula.

—¿Hablar conmigo? —repitió, sarcástica—. ¿Después de todos estos días? ¿De qué quieres hablar ahora? ¿De cómo soy solo una herramienta más en tu plan? ¿De cómo soy la reina que tu reino exige, pero no la que tú quieres?

Sentí el golpe directo de sus palabras, y el lobo dentro de mí gruñó, furioso, pero impotente. Intenté responder, pero ella no me dio la oportunidad.

—¿Sabes qué, Aric? —continuó, su voz temblando de rabia contenida—. He intentado comprenderlo. He intentado justificarlo en mi mente. Pero la verdad es que... no soy más que un peón en tu juego. No soy una reina por amor, no soy alguien a quien desees realmente. Soy solo lo que necesitas para asegurar tu trono, para calmar a tu pueblo. ¿Es eso lo que soy para ti?

—Emily, no... —comencé, pero me interrumpió de nuevo, con la rabia ahora desbordándose en cada palabra.

—Y si lo que necesitas es alguien que te adore, alguien que esté dispuesta a hacer lo que sea por ti, tienes a Helena, ¿no? Ella parece más que dispuesta a ocupar ese lugar. —Su voz era una mezcla de sarcasmo y tristeza, y eso fue lo que más me dolió. No el sarcasmo, sino la vulnerabilidad detrás de él.

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