III

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Nunca antes me había sentido tan humillada como en aquel momento

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Nunca antes me había sentido tan humillada como en aquel momento. Mientras la reina de Lunawood recorría meticulosamente cada centímetro de mi cuerpo con su mirada, sentí como si estuviera siendo evaluada como un objeto más que como una persona. Primero fueron mis caderas, luego mi cintura, mi busto, y finalmente sus ojos se detuvieron en mi rostro, examinándolo con atención. Todo esto mientras los monarcas de Dawnridge, junto con sus guardias y su hijo, observaban con un interés casi morboso, y yo estaba allí, parada frente a ellos, con un simple camisón de dormir que no hacía más que aumentar mi sensación de vulnerabilidad.

La reina Amelia, con una expresión de aprobación en su rostro, invitó a su hijo a acercarse para que también me observara. Él, obedeciendo a su madre, se acercó tímidamente y me miró desde detrás de ella. Me sentí como una muñeca de porcelana expuesta en una vitrina, sujeta a la mirada escrutadora de todos los presentes.

Después de la evaluación física, el rey de Dawnridge, con voz grave, preguntó si era apta para el propósito que tenían en mente. La reina Amelia asintió emocionada, dando por concluida la reunión. Primero salió ella, con su porte majestuoso, seguida por el rey Aric, quien se quedó a mi lado. A pesar de su presencia imponente, no pude evitar sentir cierta incomodidad en su cercanía. Había algo en él que me resultaba desconcertante, algo que no lograba descifrar del todo.

Antes de abandonar la sala, hice una reverencia hacia los reyes de Dawnridge como muestra de respeto, aunque en mi interior sentía un profundo malestar. Caminé hacia la salida, con Aric siguiéndome de cerca, y una vez fuera, emprendí el camino hacia mi habitación con la esperanza de dejar atrás aquel incómodo encuentro.

Sin embargo, antes de poder alejarme lo suficiente, escuché su voz llamándome.

- Oye -me giré lentamente para enfrentarlo, encontrándome con su mirada penetrante.

- ¿Qué quieres ahora? -pregunté con un tono que apenas lograba ocultar mi irritación.

- Tienes un lindo trasero -dijo con una sonrisa burlona, mostrando sus afilados colmillos, lo cual solo logró aumentar mi disgusto.

- Eres un desubicado -respondí con firmeza, sintiendo la rabia ardiendo en mi interior-. Es una ofensa, no solo para mí, sino también para mi futuro esposo.-

Él frunció el ceño ante mi respuesta, pero no parecía intimidado en lo más mínimo.

- Ja, créeme, tu esposo estaría encantado de escuchar algo así -se acercó aún más, sus palabras resonando en el aire entre nosotros-. Incluso podría considerar la posibilidad de que procree contigo -susurró, con una insinuación descarada en su tono de voz.

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