XIII

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Mis piernas se aflojaron en cuanto Aric cruzó la puerta, dejándome sola con mis pensamientos revueltos y mi corazón destrozado

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Mis piernas se aflojaron en cuanto Aric cruzó la puerta, dejándome sola con mis pensamientos revueltos y mi corazón destrozado. Sentía que todo mi mundo se desmoronaba. No entendía por qué sus palabras me dolían tanto. ¿Cómo podía alguien a quien conocía desde hace tan poco tiempo afectar tanto mis emociones?

Elio entró al jardín de invierno, su rostro lleno de preocupación al verme en ese estado.

Emily, ¿qué pasó? —preguntó con urgencia, acercándose a mí.

Traté de hablar, pero las palabras se me atoraban en la garganta. Finalmente, con un hilo de voz, logré decir:

Aric... me dijo la verdad... —y antes de poder terminar, me derrumbé en lágrimas.

Elio no dudó ni un segundo en rodearme con sus brazos, ofreciéndome el consuelo que necesitaba. Sentí su calor y su fuerza mientras me sostenía, y poco a poco, mi llanto comenzó a calmarse. Me llevó con cuidado hasta mi cuarto, donde una de las sirvientas nos esperaba.

Ayúdala a cambiarse y asegúrate de que descanse —le indicó Elio a la sirvienta con voz firme, pero gentil.

La sirvienta asintió y comenzó a ayudarme a cambiarme del vestido al camisón de dormir. Sus movimientos eran suaves y reconfortantes, y aunque seguía sintiéndome destrozada, la presencia de Elio y la sirvienta me brindaba un pequeño alivio.

Emily, estaré cerca si necesitas algo —dijo Elio, apretando ligeramente mi hombro antes de salir de la habitación.

Una vez sola con la sirvienta, me dejé caer sobre la cama. Ella continuó consolándome, acariciando mi cabello y murmurando palabras tranquilizadoras. A pesar de todo, no podía dejar de sentir una profunda confusión y tristeza.

No entendía por qué las palabras de Aric me dolían tanto. Apenas lo conocía desde hace unos meses. ¿Cómo era posible que alguien que había entrado en mi vida tan recientemente pudiera causar tanto dolor? ¿Podría estar enamorada de él sin siquiera darme cuenta?

Mientras mis pensamientos se enredaban, la sirvienta me cubrió con una manta y se aseguró de que estuviera cómoda. Su amabilidad y cuidado eran un bálsamo para mi alma herida, pero el dolor seguía ahí, latente.

Finalmente, agotada por el llanto y la confusión, cerré los ojos y dejé que el sueño me envolviera, esperando que al despertar, todo fuera solo un mal sueño.

Al día siguiente, me desperté sin ganas de nada. Me obligué a salir de la cama y dirigirme al comedor para desayunar. Al entrar, vi a Elio, quien me saludó con una sonrisa cálida. Su presencia era un consuelo en medio de la tormenta emocional que estaba viviendo.

Buenos días, Emily. ¿Dormiste bien? —preguntó, tratando de sonar casual.

Más o menos —respondí, forzando una sonrisa. Nos sentamos a desayunar, y aunque la comida no me apetecía, hice un esfuerzo por comer algo.

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