Capítulo 1 - Inevitable

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Lola

- ¡No - me - jodas! - exclamó cuando la deslumbrante luz del amanecer la despertó.

No lo había ­soñado. Era real. Se había­ convertido en un puñetero cliché de novela romántica.

- Mmmm - fue la respuesta que obtuvo mientras intentaba, sin éxito alguno, zafarse de las piernas en las que se encontraba completamente enroscada.
- ¿Puedes hacer el favor de soltarme? Preguntó enfadada.

Estaba intentando asimilar cómo se le había­ ocurrido terminar así.

Pedro, el hermano de su mejor amiga y la persona que más la irritaba en el planeta, seguía completamente dormido a su lado y parecí­a no tener intención alguna de liberarla...

- O me sueltas o acabas en el suelo - exigió zarandeándole.

La paciencia no era uno de sus puntos fuertes.

- Buenos días a ti también, Pocahontas, le dijo este entre bostezos, abrazándola aún más fuerte.
- ¿Se puede saber qué haces idiota? ¡Suéltame!.

Estaba completamente envuelta entre sus enormes brazos.

- Estoy disfrutando de lo adorable que eres cuando te levantas - respondió Pedro, consiguiendo que se irritase aún más.

Si en ese momento hubiese podido estrangularlo, lo habría hecho, pero seguían ­abrazados de tal manera, que por más que lo intentaba, no lograba ser capaz de enderezarse.

- Pedro, no te lo voy a repetir... le dijo intentando sonar autoritaria.

Intentándolo, no consiguiéndolo.

¿Por qué tenía que tener ese timbre de voz tan dulce?

- Repítemelo - respondió este retándola.

Su frustración estaba rozando niveles desorbitados y él, que la conocía de sobra, lo sabía, así que, cuando escuchó sus carcajadas ante su enfado, la poca paciencia que tenía­, se evaporó.

- Y encima te ríes. ¡Pedazo de idiota! Escúchame - le exigió nuevamente mientras se giraba, como podía­, para intentar mirarle a los ojos. Ni en tus mejores sueños va a volver a pasar esto. Me has entendido, ¿verdad?.
- Alto y claro Pocahontas - contestó Pedro haciendo un saludo militar.

Esa fue su oportunidad, aprovechó para levantarse de la cama y, a toda velocidad, ponerse la primera camiseta que encontró tirada en el suelo.

- No te soporto - le gruñó encaminándose hacia la puerta.
- ¿Estás segura de eso? - preguntó picándola. Y por cierto Pocahontas, ¿sabes qué esa camiseta es la mía y que esta habitación es la tuya no? - añadió contemplándola con una malévola sonrisa.

¡Mierda!

El idiota que seguí­a tumbado en su cama, sin dejar de reírse, tenía razón.
Estaba que echaba humo y aunque intentó no hacerlo, mientras le lanzaba la camiseta a la cabeza, no pudo evitar mirarle.

Era increíblemente atractivo y desde luego, ya no era un niño, con su pelo castaño despeinado, su barba pelirroja sin recortar, sus mejillas llenas de pecas, sus musculosos brazos llenos de tatuajes...

Pedro

Estaba disfrutando de cada instante, sacar de quicio a Lola era, indudablemente, uno de los mayores placeres que tenía en la vida.

Cuando recuperó su camiseta, se dio cuenta de que ella le estaba mirando y no de cualquier manera, en sus ojos se podía­ ver un resquicio de las ganas con las que le había­ besado solo unas horas antes...

Dios, la muy cabezota estaba preciosa. Enfadada, muy enfadada, pero preciosa. Con su larga melena morena revuelta y sus magnéticos ojos de gata analizándolo...

Todo con lo que NUNCA soñéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora