La vida me ha jugado malas pasadas durante mucho tiempo, como si estuviera atrapada en un ciclo interminable de desconfianza y decepciones. Desde que tengo memoria, he estado rodeada de personas que solo se acercaban a mí con intenciones egoístas. Esa experiencia, en su conjunto, se sentía como un infierno en la tierra. Cuatro paredes en mi habitación eran mi refugio, el único lugar donde podía sentirme a salvo, lejos de las miradas críticas y de las expectativas ajenas. Sin embargo, ese refugio también se convertía en una prisión, donde la soledad se hacía cada vez más pesada y la desconfianza hacia los demás crecía como una sombra.
Desde pequeña, he tenido un miedo profundo a los cambios y a las nuevas etapas de la vida. Este temor no fue diferente cuando ingresé a la universidad hace ya dos años. La idea de levantarme cada día y enfrentar el bullicio del campus era aterradora. Cada mañana era una batalla interna; quería ir, pero al mismo tiempo sentía que el mundo exterior me abrumaba. Las aglomeraciones eran un desafío monumental: al ver tanta gente junta, mi corazón se aceleraba y mi presión arterial se disparaba. Esa sensación de ansiedad se apoderaba de mí, haciendo que me sintiera aún más aislada.
En la universidad, me convertí en la "rarita" o la calladita del salón. Intentaba encajar, pero cada intento parecía ser en vano. Tenía algunas amistades: cuatro, para ser exactos. Para mí, ese número ya era significativo, un círculo social que me parecía cómodo y seguro. Sin embargo, aunque dos de ellas estaban en mi universidad y las otras dos no, el término "amiga" era difícil de asociar con ellas. Me daba miedo pensar que tal vez no me consideraban su amiga de verdad; siempre había una voz interna que me decía que no era suficiente o digna de tener amistades genuinas.
¿Por qué me siento así? La respuesta es dolorosa pero clara: a lo largo de mi vida, muchas personas me han hecho sentir que no merezco amor ni apoyo de ningún tipo. Las decepciones han sido constantes; he sido pisoteada por aquellos en quienes confiaba y por quienes creía que se preocupaban por mí. Cada traición ha dejado una marca indeleble en mi corazón y ha alimentado esa sensación de insuficiencia.
A pesar de todo esto, hay una parte de mí que sigue buscando conexiones auténticas. Anhelo encontrar personas que realmente valoren mi compañía y comprendan mis luchas internas. Aunque el camino parece desafiante y lleno de obstáculos emocionales, estoy intentando abrirme poco a poco a nuevas experiencias y relaciones. Quizás algún día pueda superar estos miedos y descubrir que merezco amor y amistad genuina. Estoy en ese proceso; es difícil, pero estoy dispuesta a intentarlo porque sé que hay algo más allá del dolor que he vivido hasta ahora.
Una vez más, el sol de la mañana entra por la ventana de mi habitación, iluminando cada rincón de un espacio que, en los últimos meses, me ha resultado difícil de procesar. He anhelado ser independiente desde hace tiempo, y finalmente lo logré. ¿Se preguntarán cómo lo hice si le temo a los cambios? Es cierto, el miedo a lo desconocido siempre me ha acompañado, pero gracias a mi amiga Astrid he podido avanzar un poco en este aspecto. Ella fue quien me animó a que juntas compráramos un departamento, y aquí estamos, en un lugar que está muy cerca del campus; ¡literalmente a solo cinco cuadras de la universidad!
Suspiro mientras miro a mi cachorro, Scott. Es un labrador de color crema con ojos brillantes y llenos de vida. Ahora mismo está dormido plácidamente en mis piernas, acurrucado como una bolita suave y cálida. Su pelaje es tan suave que parece una nube, y su respiración tranquila me transmite una paz que contrasta con mis pensamientos inquietos. A veces me pregunto cómo sería la vida sin él; su compañía hace que cada día sea un poco más brillante y menos aterrador. En esos momentos en los que el mundo exterior se siente abrumador, simplemente acariciar su cabecita me recuerda que hay cosas simples que pueden traer alegría incluso en medio del caos.
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El Chico Del Balcón
RomanceCuando Elías se muda a una nueva ciudad, lo último que imagina es que un simple balcón se convertirá en su refugio. Sin embargo, todo cambia al conocer a su vecina, clarisse , cuya lengua afilada y sarcasmo mordaz logran arrancarle sonrisas incluso...