Capítulo 12

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Elías

— Se nos está haciendo bastante habitual vernos aquí —digo, mientras ella se gira para mirarme. Está sentada en ese puff gigante con su laptop, vistiendo una gran camisa que le queda un poco holgada. Su cabello está recogido en una moña desordenada, con algunos mechones rebeldes escapándose.

— Hola, chico del balcón —responde, volviendo su atención a la pantalla de la laptop mientras se acomoda los lentes.

Me parece extraño que esta vez no me lance un comentario sarcástico; tal vez está tan sumida en su trabajo que no tiene energía para eso.

— ¿Qué haces? —pregunto, inclinándome sobre el barandal, curioso por saber en qué está tan concentrada.

— Estoy trabajando en un proyecto que me dejó un profesor molesto —suspira, su frustración evidente—. Y, lamentablemente, me tocó formar equipo con unas irresponsables de M... pacotillas.

La expresión de su rostro refleja claramente lo que siente: una mezcla de exasperación y resignación.

— Esa es tu culpa por tu mala elección de grupo —le digo con una sonrisa burlona.

Se vuelve hacia mí con una mirada fulminante, como si fuera el exorcista tratando de expulsar a un demonio.

— Gracias, ya recordé por qué me caes tan mal —comenta, entrecerrando los ojos mientras yo me acomodo los lentes y sonrío aún más.

Ahí está la pequeña gruñona. Me gusta esa chispa en ella; es como un rayo de sol que se cuela entre las nubes grises de su frustración.

— ¿Y qué parte del trabajo te toca? —pregunto.

— Nada relevante, solo tengo que hacer el diseño principal —responde, su voz cargada de clara molestia—. Ah, y también parte del resto porque mis compañeros no ayudan en nada. La única que me ha colaborado es Astrid.

Su frustración es palpable; puedo ver cómo se le frunce el ceño al mencionar a sus compañeros.

— Bueno, sigo diciendo que es tu culpa por tu mala elección de grupo —le digo con una sonrisa burlona—. Y pobrecita, has arrastrado a Astrid por tus malas decisiones.

La mención de Astrid parece molestarla aún más. Se cruza de brazos y me lanza una mirada fulminante.

— Gracias por el apoyo moral, Elias —responde con sarcasmo—. No sé si te has dado cuenta, pero no todos tienen el mismo nivel de compromiso que tú.

Me río ante su respuesta. Aunque su tono es serio, hay algo en su expresión que me dice que está lidiando con esto como puede.

Me gusta esta dinámica entre nosotros; a veces parece que estamos en medio de un pequeño duelo verbal.

— Bueno, si necesitas ayuda o alguien con quien discutir tus ideas... —ofrezco, sintiendo que podría ser divertido involucrarme un poco en el trabajo de ella .

Ella me mira con una mezcla de sorpresa y sospecha.

— ¿Ayuda? ¿De ti? No sé si eso sería buena idea... —responde, aunque el brillo en sus ojos indica que está considerando mi oferta.

— Vamos, soy más útil de lo que parezco .

— ¿Eso no es ilegal en tu forma moral? Ya sabes, siendo el dueño de la materia y este trabajo .

— Aquí no soy tu profesor, soy tu vecino —sonrío de vuelta, disfrutando del juego de palabras. Conozco bien la dinámica entre nosotros; siempre hemos podido hablar con franqueza y un toque de humor.

El Chico Del Balcón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora