Capítulo 27

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Me dio mucha risa ver la expresión en el rostro de Clarisse ante las insinuaciones de las chicas. Aunque podía entender que era una situación incómoda, no podía evitarlo. A la única persona a la que le permitiría hablar de mis ojos sería a Clarisse. La clase pasó rápidamente, casi sin que me diera cuenta, y antes de que me diera cuenta, ya era hora de que Clarisse y Astrid se fueran.

La llamé antes de que saliera: —Oye, Clar, ven a mi oficina después de tu última clase.

Ella entrecerró los ojos, mirándome con curiosidad, y asintió con una leve sonrisa. La tarde avanzaba y eran ya las dos en punto.

Estoy tomando un poco de jugo de naranja, disfrutando del sabor fresco y ácido que contrasta con la calidez del día.

—Oye, Elías —me giro para observar a Raquel—. ¿Tengo algo en la espalda?

Ella me señala su cabello corto, que cae desordenadamente sobre esa zona. Niego con la cabeza.

—Acércate más, es que siento que tengo algo ahí —dice frunciendo el ceño y moviéndose un poco para facilitarme el acceso.

La observo acercarse y enarco una ceja.

—No veo nada —digo —. Quizás solo es tu cabello rebelde jugando contigo.

Raquel suelta una risa ligera, aliviada pero aún un poco confundida.

—¡Qué raro! Siempre siento que hay algo ahí —responde, mirándome de reojo.

—A veces nuestra mente nos juega trucos —le digo con un tono neutral—. Pero creo que estás bien.

—Pero podrías revisar más de cerca. Digo, toca un poco o inclínate, es que eres muy alto —me dice Raquel, mirándome con una sonrisa que parece tener un toque de desafío.

—¿Interrumpo algo? —dice Clarisse, con un tono que mezcla curiosidad y desdén.

Me giro para enfrentarla. Clara está ahí, alzando una ceja. Sonrío mientras escucho a Raquel soltar un bufido.

—No, no interrumpes —respondo, dando un paso hacia Clarisse.

—Elias, ¿no vas a seguir ayudándome? —pregunta Raquel, su voz cargada de frustración.

—Ya te dije que no tienes nada.

—¿Y ella quién se supone que es? —inquiere Raquel con un tono seco.

—Raquel, ¿no tenías algo que hacer para el profesor Winston? —sugiero, tratando de desviar la conversación. La escucho murmurar algo inaudible mientras se da la vuelta y desaparece por el pasillo por donde había entrado Clar.

Una vez que se va, vuelvo mi atención hacia Clar. Su rostro refleja una mezcla de incomodidad y desagrado; sus labios están apretados y sus ojos, que normalmente brillan con chispa, ahora destilan una sombra de frustración. No puedo evitar enarcar una ceja con diversión ante su reacción.

—¿Interrumpí? —pregunto con una sonrisa traviesa.

—Para nada, Clarisse —insisto, pero la veo asentir con lentitud, como si estuviera procesando mis palabras.

—A veces parece que todas quieren tu atención. ¿Te das cuenta de eso? Hasta los hijos quieren dártela —dice, cruzando los brazos en un gesto defensivo. Su tono es juguetonamente acusador.

—Bueno, mi atención está en ti, pequeña gruñona y celosa —respondo, disfrutando del momento.

—¡NO SOY CELOSA! —exclama, aunque la forma en que se muerde el labio inferior me dice lo contrario.

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