Capítulo 26

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Clar

A lo largo de mi vida, he leído declaraciones tan profundas que, en las madrugadas silenciosas, me he encontrado tapando mi boca con una almohada para no gritar de la intensidad de las emociones que evocaban. Recuerdo cómo un chico describía a su amada como su debilidad y cómo mafiosos arriesgaban todo, dispuestos a quemar el mundo por un amor prohibido. He leído tantas cartas y confesiones dirigidas a personajes irreales que solía pensar que jamás experimentaría algo así en mi propia vida; que todo eso quedaría relegado a la ficción.

Pero entonces apareció mi vecino, Elías, y de repente, todo lo que creía imposible se tornó posible. Los libros me habían impuesto estándares tan altos que me parecía irreal que mi corazón pudiera latir con tanta fuerza por una persona de carne y hueso. Siempre había creído que enamorarse era cosa de locos, un riesgo enorme del que era mejor mantenerse alejada; abrir mi corazón parecía un desafío monumental. Sin embargo, debo admitir que Elías ha logrado robarse mi corazón sin esfuerzo alguno, incluso con sus comentarios absurdos sobre mi balcón y su forma tan sencilla de ver la vida.

Ese idiota de mi vecino ha conquistado mucho más que mis días de paz; ha desatado un torbellino de emociones dentro de mí que nunca imaginé sentir. Cada mirada suya provoca un remolino en mi estómago y cada risa suya resuena en mis pensamientos mucho después de haberlo visto. Estoy empezando a entender que el amor no es solo una fantasía literaria; es real, vibrante y puede surgir en los lugares más inesperados.

Después del delicioso desayuno del sábado, lleno de risas y la animada compañía de nuestros amigos, Elías y yo decidimos salir a caminar. Para mí, esto era algo poco habitual, especialmente en las mañanas, pero sentía que era el momento perfecto para sacar a pasear a Scott. Con una sonrisa radiante, Elías tomó la correa de mi perro y juntos nos dirigimos al parque.

El aire fresco de octubre nos envolvió, lleno de ese característico aroma a tierra húmeda y hojas secas. El parque estaba transformado por el otoño; los árboles lucían un espléndido manto de colores cálidos: tonos dorados, naranjas y rojizos se entrelazaban con el verde que aún resistía. Las hojas caídas crujían bajo nuestros pies con cada paso que dábamos, creando una melodía suave que acompañaba nuestras risas.

Mientras caminábamos, nuestras manos se entrelazaron de manera natural. La calidez de su toque me hizo sentir una oleada de felicidad. Era como si el mundo se detuviera por un momento y solo existiéramos nosotros dos. Elías llevaba una chaqueta ligera de color verde oscura que resaltaba sus ojos, mientras que yo había optado por un suéter acogedor de un tono crema que me abrazaba suavemente. Ambos llevábamos bufandas, las mías en tonos otoñales que complementaban el paisaje a nuestro alrededor.

Scott saltaba alegremente entre las hojas caídas.

—No puedo creer que ya casi termines la universidad —dijo Elías, mirándome con una mezcla de orgullo y emoción—. ¡Pronto no tendremos que escondernos del mundo!

Sonreí, sintiendo que su entusiasmo era contagioso.

—Sí, pero el mundo siempre nos ha visto —bromee, levantando una ceja—. ¿Quién podría resistirse a observarnos? Somos un espectáculo digno de ver.

Elías soltó una risa profunda, iluminando aún más su rostro. Era un sonido cálido y lleno de vida.

—Tienes razón. Pero imagina cómo será cuando podamos disfrutarlo sin tener que preocuparnos por nada. Solo tú y yo, sin secretos.

—Eso suena bien —respondí, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba—. Hablando de eso, ¿has oído sobre el baile de Halloween? Solo están invitados los alumnos del último año.

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