Houston es un imbécil miserable que tiene que liderar a cuatro criminales un tanto raros para enfrentar las fuerzas de un Dios y sus súbditos.
Bizarra, random y única.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Houston, alguien miserable en todo el sentido de la palabra y Max, un acosador en potencia bastante ñoño y raro, eran un dúo bastante interesante. Al salir de casa, fueron a la derecha para llegar a su destino.
—¡Estamos en una misión secreta! ¿Qué te parece si la llamamos "la misión épica de Max y Houston para evitar que lo maten"? Me gusta—comentó Max. Sin que este se diera cuenta, su amigo corría a lo lejos debido al retraso que de por sí ya presentaban.
Desde la perspectiva de Houston, experimentaba una extraña y vomitiva emoción. Por primera vez algo interesante le sucedía. Tenía miedo por lo que le podría pasar, ya que esos criminales podrían, literalmente, matarlo.
Gracias a la situación, tanto Max como Houston olvidaron en que zona se encontraban. Varios indigentes drogadictos de allí, miraron con deseo el costoso (pero extraído de un basurero) traje de Houston. Este último intentaba mostrar seriedad, aunque por dentro estuviera cagado de miedo; no quería perder esos sesenta billetes que traía en su bolsillo.
—¡Ni lo piensen, él es mío! —se postró enfrente de su amigo para evitar que le robasen el traje o lo asaltaran. —Solo yo puedo quitarle todo el traje para después lamer su cuerpo y deslizar mi lengua hasta abajo y chupársela, ¡así que atrás, tontos!
La expresión de asco proveniente de Houston se convirtió en una de decepción ante las palabras de su "amigo". No mencionó nada acerca del repugnante comentario, pues logró que los indigentes se alejaran.
—Por cierto, Max, ¿a qué hora se supone los citamos?
—A las nueve, mi lindura—sacó su teléfono y se fijó en la hora. —Y justo ahora son las nueve con quince minutos.
—¡No mames, Max! ¡Debemos correr y dejar de distraernos! —asustado por la hora, apresuró su paso lo más que pudo. De igual manera, Max hizo lo mismo, solo que con piruetas y saltitos.
Ya iban quince minutos tarde y apenas llegaban al sendero que los adentraría al bosque y, por lo tanto, a la cabaña. La entrada del sendero consistía en varias vallas de madera, donde restaba una para que las personas pasasen.
Los dos se alejaron un poco del barrio peligroso, llegando a la zona del bosque, que era considerablemente segura. Ese sendero los llevaría al lugar favorito de Houston para drogarse, pues la policía no lo pilló nunca en dicho sitio; se trataba de cierta cabaña abandonada en medio del bosque. Y por obra del destino, o quizás las estupideces de Houston, era esa misma cabaña el lugar donde se reuniría con cuatro misteriosos criminales.
—Mierda, no aguanto más—los quejidos y jadeos de Houston incrementaban con cada paso dado.
A pesar de ello, la atmósfera densa y misteriosa del bosque causaba una extraña sensación de paz. Las hojas secas caían y los rayos del sol se notaban por la sombra de los árboles.