Prólogo, parte 1

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El desértico y rocoso paisaje intensificaba su fea atmósfera gracias al fuerte calor que abrumaba al agrietado suelo, el que se negaba rotundamente a darle la oportunidad de surgir a las valientes semillas que se decantaban por crecer en un territorio tan inhóspito.

Vendedores de todo tipo, prófugos escapando del filo de la espada en sus cuellos y algunos soldados y servidores valientes eran los únicos que se atrevían a transitar por aquel lugar tan temido.

Nadie negaba el peligro inminente en aquellos pasajes montañosos y secos, así como tampoco el hecho de que fuera la vía más directa y rápida para llegar a la ciudad del emperador de Song.

A lo lejos se divisaba la enorme comitiva que rodeaba un lujoso y gran carruaje; siervas, eunucos, guardias y hasta soldados patrullaban alrededor del coche que era jalado por dos enormes y hermosos equinos, conducidos a paso lento para no desmoronar la belleza de la jóven señorita que iba dentro, delicadamente sentada.

Pero el esfuerzo de los pobres animales, que comenzaban a cansarse, fue en vano, pues el cuerpo de la bella chica se movía de forma exagerada cada vez que las ruedas pasaban sobre alguna piedra traviesa en el camino

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Pero el esfuerzo de los pobres animales, que comenzaban a cansarse, fue en vano, pues el cuerpo de la bella chica se movía de forma exagerada cada vez que las ruedas pasaban sobre alguna piedra traviesa en el camino.
Cómo resultado de un brusco remezón, su horquilla de jade favorita salió disparada de su cabello negro hacia los pies de la doncella seria y de adornado peinado con colgantes florales amarillos que yacía sentada frente a su señora.

El sonido escandaloso del pesado objeto golpeando con dureza el piso, llamó la atención de ambas jóvenes que, con premura, se agacharon coordinadas a recoger la exquisita joya.
Al toparse las dos con sus rasgados ojos, la doncella de aspecto humilde, con disimulo, apuntó con el rostro hacia la persona que iba sentada junto a su ama.
Al percatarse de lo que su dama de compañía le hacía ver, un escalofrío electrizante recorrió la espalda de la muchacha refinada, por lo que, de un tirón, volvió el cuerpo a su lugar.

Algo nerviosa ante su propia impertinencia, alisó el elegante vestido floreado y rojo de lino que llevaba puesto y que realzaba aún más el tono pálido de su piel, para intentar parecer toda una señorita y no una loca sin modales ni etiqueta.

Omitiendo el temor, prefirió no girar la cabeza hacia el hombre enorme y temible que suspiraba con evidente enfado en el asiento contiguo, en cambio, disimuladamente, abrió un poco el visillo amarillento de la ventanilla y se permitió disfrutar por largos minutos del paisaje que se exponía orgulloso frente a su nariz.

Interminables trozos de tierra, sin gracia alguna, les precedían, pero la belleza rebuscada de aquel escenario tan desolado se alzaba con el cielo celeste y despejado y con las montañas que parecían plantarse más cerca de lo que en realidad estaban.

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𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐚𝐝𝐚 𝐚𝐥 𝐝𝐫𝐚𝐠ó𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora