Percibí todo en cámara lenta, seguramente porque el estrés de la situación me creó una despersonalización para rescatarme del momento que estaba presenciando.
Haruki golpeaba de forma brutal al depravado que me había acosado. Su rostro era inflexible, al igual que sus golpes de piernas que no daban tregua en el cuerpo del calvo que escupía sangre.Lara intervino por el bien de nuestro amigo, no sin antes darle una patada en las costillas al tipo en el suelo y decirle algunos improperios.
—¡Vete de aquí, antes de que te mate, basura asquerosa! —Apuntó a la puerta y el acosador salió tambaleándose.
Me acerqué con preocupación al japonés. La camiseta blanca que llevaba bajo la chaqueta abierta estaba empapada en sangre.
—¿Te duele?¿Estás bien?¡¿De dónde sangras?!
Mi rostro reflejaba mi enorme temor de que Haruki haya sido herido. Lo miré espantada y en consecuencia, para calmarme, el japonés tomó mi mano, la deslizó sobre su pecho y ejerció una ligera presión con mi palma.
Lo miré y él negó.
—Tranquila, no es mía —respondió con la voz susurrante y me guió hacia la mesa.
Se puso los lentes y me acercó el vaso con agua que la linda mesera nos había traído a los tres.
Nos mantuvimos sentados y callados, esperando que la adrenalina bajara y que Haruki intentara, sin éxito, limpiarse la sangre salpicada en su ropa.
La situación no mejoró mucho cuando pagamos la cuenta ante la mirada temerosa del personal antes de irnos, pero no los culpaba, hasta yo me sentía extraña con tanta violencia.De regreso, por ratos le dedicaba miradas al japonés, buscando en él rastros del chico violento que había visto minutos atrás dándole una paliza salvaje a un acosador, pero de nuevo era el muchacho con apariencia tranquila que conocí.
Mis recuerdos del Haruki de hace cinco años atrás en Chile; de ese chico pacífico e inalterable que era introvertido y alegre, se veían un poco confundidos después de aquella escena.
Aquel pensamiento rondó en mi mente durante el viaje en el taxi e incluso pude percibir que mi amigo sabía lo desconcertada que estaba porque también me dedicaba miradas efímeras.—Gracias por defender mi honor —dije sin mirarlo—. Yo... estoy algo confundida —sonreí nerviosa—. No esperaba que fueras tan... experto.
Lara, que como siempre iba sentada en el asiento del copiloto, escuchó nuestra conversación.
—¡Te lo dije! —exclamó con una sonrisa en el rostro y se volteó hacia nosotros—. Este cabrón es de temer, pero es un chico tranquilo, ardilla. Además, ese bastardo se lo merecía.
La pelirroja volvió a su sitio y se distrajo mirando la carretera mientras que Haruki suspiró.
—Durante estos cinco años seguí mi carrera como maestro de artes marciales, Mila. Me perfeccioné y me hice más hábil, pero las uso para enseñar. Muy rara vez ocupo la fuerza bruta en mi vida, salvo que sea para defenderme o defender a alguien, más a... a alguien... que me importa. Fuera de esa parte de mí, sigo siendo el mismo Haeuki con el que formaste una amistad hace años —expresó el nipón, justificando su heróico actuar—. De todos modos, lamento haberte asustado. Solo no quería que ese hombre se saliera con la suya.
Me observó con tristeza y sonrió sin ganas.
—No te estoy culpando —Acerqué mi mano a la de él y la acaricié—, todo lo contrario. Sabes que eres mi héroe y estoy muy agradecida —sonreí y luego dejé caer mi cabeza en su hombro—. Solo estoy impactada con lo sucedido con ese tipo asqueroso y también con que hay mucho que no conozco de tí por habernos perdido tanto tiempo.
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𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐚𝐝𝐚 𝐚𝐥 𝐝𝐫𝐚𝐠ó𝐧
RomanceMila Zhāng es una jóven y frustrada pianista, atormentada por visiones de una vida anterior y visitas fantasmales de una mujer extraña. Anhelando alcanzar sus sueños, y motivada por su mejor amiga, viaja a China, la tierra de sus ancestros, donde c...