Capítulo 24

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El lugar era peor que una guarida de ratones. Estaba llena de colillas de cigarro esparcidas por el piso, latas de cerveza, botellas de vino y papeles con sustancias de extraña procedencia.

León azul se aproximó, arrastrando los pies, a un viejo mueble que estaba casi colapsado y que no se desmoronaba solo porque descansaba en el escritorio de madera que estaba junto a el.

—Melisa Alessa Martínez Tassara —le dije al pandillero, al que miré con asco.

El hombre asintió con evidente prepotencia, pero contuvo su lengua maliciosa cuando la pelirroja se puso junto a mi con rostro asesino.
Sacó kilos y kilos de carpetas llenas de papeles amarillentos por el paso del tiempo y se puso a hojearlas en el escritorio, tardando una eternidad, hasta que por fin me entregó un sobre.

—¿Quién hizo este contrato? —pregunté sosteniendo el documento.

—El jefe de la organización, belleza —explicó mientras se limpiaba la comisura del labio sangrante.

—Danos el nombre —ordenó Haruki y volteó con brusquedad al pandillero que permanecía sentado.
El rostro del nipón era imperturbable.

León azul lo miró con una sonrisa y negó.
—Si quieres, mátame, de todas formas, si te doy el nombre, los de la asociación lo harán —Suspiró con una mueca de dolor—. No voy a regalar a mi familia en bandeja de plata, mocoso. Si me matas tu, seré solo yo, pero si lo hacen ellos, aniquilarán a mi clan, ¡así que hazlo de una puñetera vez! —gritó.

—¡No podía esperar menos de una gallina cagada como tú! —dijo Lara y lo empujó con tanta fuerza que el hombre cayó al piso y la silla se rompió.

—¡Todos ustedes van a estar muertos! —exclamó y comenzó a reírse de forma desquiciada.

Ignoramos las amenazas y nos fuimos en completo silencio, procurando cuidar que nadie nos estuviera siguiendo. Lo último que quería era perder ese valioso documento.
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Mis manos temblaban mientras iba abriendo el sobre viejo y arrugado. Desplacé con cuidado el contenido que no era más que una hoja amarillenta marcada por el paso del tiempo.

Mi labio inferior comenzó a tiritar de modo incontrolable apenas procesé las palabras del título del documento; Contrato de sangre.

Tragué saliva y releí una y otra vez cada maldita letra escrita en ese papel del terror y repasé mil veces la huella dactilar de mi madre hecha con su sangre que, por el paso de los años, se había tornado casi borgoña, al igual que la de la person...

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Tragué saliva y releí una y otra vez cada maldita letra escrita en ese papel del terror y repasé mil veces la huella dactilar de mi madre hecha con su sangre que, por el paso de los años, se había tornado casi borgoña, al igual que la de la persona a cargo de ese servicio de asesinos.

Acerqué el papel a la ventana y vi con mayor claridad el timbre del representante de la sociedad Laohu; era un tigre rugiente que a duras penas se percibía, sin embargo, era inconfundible.

Caminé a la cama de Haruki, dónde me esperaba con el semblante preocupado, al igual que la pelirroja que me estudiaba en completo silencio; algo bastante inusual en ella que siempre tenía palabras para decir, incluso en los momentos más complejos.
Me senté en medio de ambos y les entregué el contrato. Mis dos amigos lo leyeron y luego se miraron alarmados.

—Esto... —dijo Lara con la voz titubeante y apuntó el papel—, esto es... ¡es un crímen! —exclamó con los ojos desorbitados—. ¡Tu pobre madre era una mujer de baja situación económica! —Se levantó molesta y nos miró sin dar crédito—. ¡¿Qué carajos ganarían estos bastardos orillándola a matarse?!

—Lo mismo pensé —expresé decaída—. No puedo creer que mamá se haya sometido a semejante barbaridad.

Haruki me miró dubitativo y acomodó sus lentes. Tomó de nuevo el viejo papel y volvió a leerlo.
—Mila, creo que, por el shock, hay algo que no has notado —Me acercó la hoja e indicó con su dedo la fecha del suicidio—. Aquí dice que tú madre se suicidaría el día veinticuatro de noviembre del año dos mil cuatro, pero, hasta donde recuerdo, la señora Melisa murió el...

—¡El cinco de octubre del dos mil cuatro! —recordé en voz alta—. No tiene sentido. ¿Por qué se suicidó antes de la fecha si había realizado un acuerdo a cambio de una paga económica para mí?

Mi amiga se hincó a mi lado y tomó mis manos con fuerza. Me miró a los ojos y pude notar en ellos algo similar al miedo.
—Esto es peligroso, Mila. Hay algo muy turbio en esta porquería y dudo que tú santa madre se haya quitado la vida.

—Debemos investigar a profundidad, Mila —afirmó el japonés—. No te dejaremos sola —prometió y besó mis nudillos—. Te protegeremos y vamos a llegar al fondo de esto.

—Si, ardillita. Sabes que estamos juntos en esto —Sonrió—. No sé saldrán con la suya.

—Gracias a los dos, de verdad. Pero necesitaremos la protección de alguien más fuerte, de alguien con recursos —dije.

Los tres nos pusimos a pensar por algunos minutos hasta que una ampolleta se encendió en mi mente y la de mi amiga.
—¡El señor Liu! —dijimos al unísono.

—¿Tu jefe? —inquirió el japonés y yo asentí—. ¿Y querrá apoyarnos?

—Yo creo que sí —afirmé—. Es un buen hombre y algo sabe ya de mi historia.

—Iré por té para que nos calmemos porque siento que ha sido un día de locos —Lara se encaminó a la salida de la habitación—. Luego llamamos al viejo. Ya vuelvo —Salió dando un portazo.

Me levanté por inercia y salí al pequeño balcón de la habitación de Haruki. Anhelaba la brisa helada del invierno para sentirme más viva.
Inhalé el aroma a madera y humedad que flotaba en el aire y miré al estrellado cielo, extrañamente despejado. Busqué a mamá entre tantas estrellas. Hubiera deseado que una de ellas me hablara y me dijera que todo estaría bien, pero nada de eso ocurriría. Todo dependía de qué tan lejos estaba dispuesta a llegar.

—Está bonita la noche —mencionó el japonés, allegándose a mí—, no deberías verla con los ojos tristes —Me sonrió.

—Siento que todo esto es un caos, Haruki -Lo miré preocupada—. No sé dónde me estoy metiendo.

—No tengas miedo, sabes que estaremos contigo —El japonés puso sus manos en mis hombros—. Sobretodo, yo...

—Te agradezco cada cosa que haces por mí, pero hay algo de lo que te quiero hablar.

El nipón me miró confundido y quitó las manos de mi cuerpo.
—¿Es por... por la pelea con Wu Zhen?

—Así es —resoplé—. Ese día te fui a buscar porque eres mi amigo, pero desconocía la magnitud del insulto que le dijiste al maestro —Lo contemplé con seriedad—. Ese insulto estaba de más y lo sabes, Haruki. Lo peor es que le faltaste el respeto en su casa, le faltaste el respeto a su rango, le faltaste el respeto a él como chino y también a mi porque, por si lo olvidaste, también soy una Chanchorra —Asentí con lentitud—. Me sentí decepcionada. No creí que fueras así.

—¡No, Mila, no! —exclamó con tristeza y tomó mis manos—. ¡Yo jamás te insultaría, ni haría algo que te dañara! —Bajó la mirada y negó—. Por favor..., perdóname. Fue una estupidez por la calentura del momento.

—Te perdono, Haruki —dije inmediatamente—. ¿Cómo podría no hacerlo? Eres mi mejor amigo, mi familia, también. Sin embargo, enmenda eso y continúa siendo el hombre que siempre he pensado que eres.

Haruki levantó la cabeza y se sonrió con un dejo de dolor.
—Me disculparé con él —Exhaló el vaho—. Sé que... —Volvió a resoplar— sientes algo por él. ¿Es amor?

—No... estoy segura... —Giré el rostro hacia el patio. Me dolía verlo así—. Hay algo, pero es ínfimo. Supongo que no es para mí —Sonreí con desgano.

Mi amigo y yo volteamos hacia el cuarto al mismo tiempo cuando sentimos el ruido de la bandeja con té sobre la mesa que dejó Lara con molestia.
La pelirroja llevó las manos a su cintura y me estudió con el semblante dolorido.

—Así que tienes algo con Wu Zhen y no me contaste nada —afirmó—. Linda amiga eres, Mila. Soy la última en enterarme de todo. Ya veo en qué lugar de tu círculo de confianza estoy.

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐚𝐝𝐚 𝐚𝐥 𝐝𝐫𝐚𝐠ó𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora