Capítulo 1

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2019
Chongqing, China.

Caminé apresurada hacia la salida del Aeropuerto de Chongqing, rezando porque Lara me encontrara lo más pronto posible.

Estaba poniendo todo de mí para evitar otro ataque de pánico, pero sencillamente la suerte no me acompañaba en aquel gran tumulto de personas que se movían emocionadas para reencontrarse con sus conocidos.
Toda la situación era estresante, por lo que me abrí paso entre ellos, respirando de forma consciente para no estallar.

El ruido de un fuerte alegato, justo tras de mí, alertó mis sentidos y me giré en automático; a menos de dos metros había un hombre vestido completamente de negro, con gorra y mascarilla, dándole rápidos puñetazos a un chico regordete, cuya cara estaba salpicada de sangre y con los ojos casi blancos.

Sabía que no debía meterme, pero me dió muchísima lastima el pobre tipo en el piso al que nadie defendía.
Dejé mis maletas tiradas y me aproximé con prisa.

—¡Hey, no puedes pegarle así a una persona! —exclamé con molestia en mandarín al tiempo que le daba un empujón al abusador.

El asiático enmascarado me contempló con enojo, pero no respondió, puesto que inmediatamente llegó la policía y esposó al sujeto ensangrentado.

Consternada por el giro de los acontecimientos, abrí la boca para reclamar por la injusticia, pero una anciana, en ese mismo instante, me cayó al agradecerle al hombre de negro que, a mí parecer, era el agresor.

El chico se reverenció ante la humilde señora canosa y le pasó una pequeña cartera.

La mujer se volteó hacia el aturdido hombre que era sostenido por los policías y le dió una bofetada.

—¡Pobre de tus padres, sucio ladrón! —vociferó la anciana, para luego retirarse.

La multitud se disipó, sin embargo, el hombre al que juzgué mal, me dedicó una fugaz mirada de desaprobación y se perdió entre la gente.

«Qué estúpida soy», pensé, en tanto que retomaba mi camino hacia la salida, deseando que la tierra me tragara.

Alcé mi cuello hacia el grupo de personas que portaban carteles con nombres en Hanzi, pero sabía que Lara no se encontraría entre ellos, pues dado a su excéntrico carácter, no me recibiría de la forma más tradicional.

Desechando la idea de verla con un letrero, con un poco más de esfuerzo, me elevé con las puntillas de los pies, achiqué los ojos y, luego de algunos minutos buscándola, la encontré; la alta y delgada pelirroja saltaba y movía su brazo derecho para captar mi atención, mientras que con el otro sujetaba un enorme perro de peluche de un tono rosa chillón.

Corrí hacia ella con una gigantesca sonrisa y la abracé. Sus brazos me rodearon con la fuerza y calidez de un oso panda y, pese a que me sentía algo asfixiada, deseé que ese abrazo se perpetuara por la eternidad.

Permanecimos así entre lágrimas y mocos hasta que nos despegamos para no seguir captando la atención de los ciudadanos chinos que nos miraban asombrados ante la demostración de cariño.

Lara me observó emocionada, acomodó mi flequillo negro con sus largos dedos y seguidamente, con la voz aún quebrada, habló.

—¡Qué linda que estás amiga!

—Estoy hecha un desastre; flaca como escoba y ojerosa como mapache —le dije sonriendo y negando con la cabeza—. Que me encuentres linda, demuestra lo mucho que me quieres.

—¡No digas eso de tí! —exclamó con el ceño fruncido—. Eres toda una mamasita y, encima, talentosa —alagó al tiempo que apachurraba con gracia al oso de felpa—. De hecho, por lo mismo, te traje un regalo.

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐚𝐝𝐚 𝐚𝐥 𝐝𝐫𝐚𝐠ó𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora