Capítulo 3

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Mi cuerpo sudaba como una jarra de agua helada en una tarde de verano. Inquieta, me removí buscando la salida a la parálisis de sueño en la que me tenía sometida la mujer misteriosa, hasta que el angustiante momento acabó cuando, a través de un esfuerzo mental, me safé.

Tragué saliva y me levanté acelerada de la cama sintiendo que me faltaba el aire. Abrí la ventana del cuarto y apoyé ambas manos en ella para coger el fresco.

Mis pulsos eran tan veloces que creí que me daría un ataque cardíaco fulminante allí mismo.

«No son ataques cardíacos, Mila», pensé mientras mantenía los ojos cerrados. «Estás teniendo un ataque de pánico».

En plena reflexión interna, la puerta de mi habitación chilló al abrirse y me exalté. Giré con brusquedad mi cuerpo y vislumbré la silueta de Wu Zhen que, al verme en ese estado, se acercó preocupado.

—Inhale y exhale lento, Mila —ordenó con tacto, mientras me tomaba por los hombros con suavidad.

El chino comenzó a inhalar y exhalar con lentitud para ejemplificarme y yo le seguí el ritmo sin dudar. De pronto, la horrible taquicardia comenzó a irse.

—Estoy mejor..., gracias —dije en un susurro, en tanto me llevaba la mano al corazón.

Wu Zhen asintió y fue a la cocina. El ruido de loza me hizo intuir que me prepararía algo de té, y no me equivoqué.
Me acercó una taza con un brebaje que olía bastante mal, de manera que hice una mueca de asco.

—Tómelo.

—No lo beberé, ¿qué es?

—Bébalo, son hierbas tranquilizantes —respondió serio—. Son buenas para equilibrar el sistema nervioso alterado.

Con arcadas, obedecí y bebí el té amargo de una sentada, como si de un shot de tequila se tratara, pero el regusto amargoso permaneció en mi boca por lo menos una hora, al igual que el absoluto silencio en la habitación.

Me parecía poco más que curiosa la acción del maestro, tomando en cuenta que era un hombre extremadamente pesado, serio y poco comunicativo, o al menos eso había demostrado en las pocas horas que llevábamos juntos.

—Muchas gracias —dije, dirigiéndome a él que estaba apoyado en mi ventana observando el jardín como si pudiese contemplarlo incluso en medio de la oscuridad de la noche—. Lamento haberlo despertado en la madrugada, pero yo... sufro de crisis de ansiedad y... ataques de pánico.

El hombre de rasgados ojos y rostro imperturbable no respondió a mi agradecimiento, ni tampoco se inmutó por mi padecimiento. Simplemente, se limitó a acomodarse la camiseta negra que se ajustaba perfectamente a su firme cuerpo; el mismo que espiaba con el rabillo de mi ojo.

Me quedé aguardando una respuesta. Al parecer, Wu Zhen tenía la costumbre de meditar bastante sus palabras y escogerlas con pinzas, pues las charlas con él se reducían a monosílabos, movimientos de cabeza o frases demasiado cortas.

Mientras esperaba que se dignara a decir algo, mis ojos se movieron a su cuello, de donde sobresalía un collar de cuentas, tal vez, marrón.
No tuve tiempo para seguir deduciendo el color de su extraño amuleto, puesto que el chino se percató de que mi vista estaba en ese lugar y con premura ocultó con la mano las cuentas dentro de su prenda.

—Acuéstese e intente dormir —cortó el hielo—. Yo estaré aquí por si necesita algo.

Asentí y me acomodé en las sábanas al tiempo que el jóven maestro cerraba la ventana para luego dejarse caer en el sillón que estaba junto a mi cama.
Con ese mismo cansancio que lo invadió a él, mis ojos se cerraron apenas reposé la cabeza en la almohada.

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐚𝐝𝐚 𝐚𝐥 𝐝𝐫𝐚𝐠ó𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora