Capítulo 16

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Comí un gajo de mandarina y seguí ojeando el diario de mamá, viendo sus vivencias y las fotografías que con tanto amor enmarcaba con dibujos de corazones o graciosos intentos de caligrafía china que resultaban extraños, pero que replicaban palabras de prosperidad.

Di vuelta una página y mordí un gajo más de la dulce fruta. Una gota de jugo saltó desafortunadamente sobre una de las imágenes.

—¡Qué torpe! —me dije.

Apurada, tomé una servilleta, limpié el desastre para luego alejar el diario y estudiarlo desde un ángulo diferente.
Hice un puchero y suspiré. La punta de la fotografía estaba arruinada sin importar desde donde se mirara.

Alcé los ojos al cielo y fruncí el ceño con tristeza.
—¡Perdóname por haberlo arruinado, mamá! —expresé angustiada y luego bajé la cabeza.

Acaricié la fotografía, y me volví a maldecir. De todas las que habían, la gota manchó justo una muy hermosa de la boda de mis padres, donde mamá vestía un hermoso vestido rojo tradicional, al igual que papá, que parecía un principe de la dinastía Qing con ese traje imponente.

Una sonrisa se asomó en mis labios cuando vi que la enorme casa donde celebraban la boda estaba llena de gente con rostros alegres que festejaban el sello de amor de los jóvenes amantes.
Recorrí con mi dedo las caras hasta que llegué al rostro de una chica china hermosa, pero con rasgos duros. Miraba a la pareja con desdén, detrás de una puerta lejana.

La fotografía no tenía buena calidad por el año en el que se tomó, pero notaba como sus labios finos y ligeramente curvados hacia abajo revelaban un enorme dolor.
Su cara y su mirada no me eran indiferentes, era como si ya nos conociéramos.

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Una ola de aplausos nos precedió al terminar de tocar con el grupo. Como siempre, me reverencié agradecida ante el fiel público que alagaba con comentarios de disfrute. Sin embargo, el señor Liu mantuvo una expresión seria, bastante inusual en él, que siempre llevaba una enorme sonrisa dónde fuera, pero lograba comprender que era por lo que le había contado respecto a la señora Yi Ze, la que, infelizmente, estaba sentada junto a él, en primera fila.

Obedeciendo a la recomendación del anciano, le hice una reverencia desde lejos y pasé directo a mi camerino, evitando a esa bruja y su jóven acompañante; una chica de unos veinte y pocos años y bella como una mariposa. Eso sí, con la misma actitud insana e irrespetuosa de la mujer mayor, puesto que se reía y me miraba con asco.

Al salir del pasillo me tropecé, sin embargo, recobré el equilibrio gracias a que me había cambiado los elegantes tacones por zapatillas bajas.

Unas risas a mis espaldas me hicieron voltear para darme de frente con las dos mujeres e inmediatamente noté el fino pie de la más jóven que relucía en una sandalia con tacón aguja e incrustaciones de diamantes. Desde luego, transpiraraban dinero y osadía, puesto que era obvio que me había echo una zancadilla.

Intuí el juego al que estaban jugando, pero recordé las palabras de advertencia del señor Liu y, simplemente, sonreí con cortesía y me volteé.
No les iba a dar en el gusto.

—¡Pobre basura! —dijo una voz armoniosa y delicada—. Solo le queda seguir de largo, sabe que está hecha para ser humillada.

Presioné los puños, respiré para contenerme y no me di la vuelta, por el contrario, di un paso para irme. Pero ellas no estaban dispuestas a ceder, puesto que una mano me detuvo al jalar mi brazo, obligándome a voltear.
No me dejé y me solté con fuerza de las garras de la vieja mujer.

—¿Quién te crees que eres para ignorar a mi hija? —expresó Yi Ze con rabia-. Recuerda tu lugar, mestiza, solo eres una basura —repitió con malicia y sonrió.

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐚𝐝𝐚 𝐚𝐥 𝐝𝐫𝐚𝐠ó𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora