Capítulo 13

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Me senté tan ansiosa en la sala de estar del señor Liu, que mi pierna no dejaba de moverse con compulsión.

Perdí la cuenta de cuántas veces me arreglé el flequillo o alisé mi melena con los dedos solo por hacer algo, pero no me culpaba demasiado, mi vida en esos minutos era como la de los peces que nadaban frente a mí dentro del enorme acuario empotrado a la pared; dependía del juicio de otros para seguir comiendo.

Me levanté arrepentida, dispuesta a irme, pero fue muy tarde, puesto que el anciano abrió la puerta de su preciosa oficina con una sonrisa de oreja a oreja.

Ambos nos sentamos y bebimos con naturalidad, pero era obvio, por mi expresión seria, que algo ocurría.

—Me encanta compartir contigo, pequeña, pero supongo que si me citaste no es solo para beber té y escuchar las tonterías de este viejo aburrido —bromeó con alegría.

—¡No diga eso, señor Liu! —exclamé con el ceño fruncido—. Pasar tiempo con usted es como pasar tiempo con mí... mí... padre.

El semblante del anciano se hizo triste. Su bigote que siempre se mantenía alzado, bajó al mismo tiempo que las comisuras de sus labios.

—No entristescas, pequeña. Tenme la confianza que le tenías a tu padre y cuéntame qué es lo que necesitas.

Sonreí emocionada ante las palabras del anciano y decidí abrirme.

—Esa mujer...

—¿Yi Ze? —me preguntó con seriedad.
Tragué saliva y asentí.

—Ella llevaba varias noches observándome con un rostro poco afable y pensé que simplemente era una mujer clasista a la que no le agradé de vista, pero el día que me la presentó, ella... —dije dubitativa para decidir en el instante que no le diría lo de la amenaza—, ella no me trató muy bien que digamos.

El señor Liu presionó sus labios y su rostro se oscureció al mismo tiempo que el puño sobre su mesa se cerraba con fuerza.

—¡Esa maldita mujer! —exclamó—. ¿Te hizo daño?

—No, señor, para nada.

—¿Qué fue lo que dijo? —inquirió con el rostro preocupado.

Fingí una sonrisa y negué para quitarle peso al asunto.

—Solo dijo que no le gustaba como tocaba —mentí.

El hombre me observó y supe en ese instante que no me creyó nada.

—Mila, esa mujer es una inversionista del restaurante. A mí tampoco me agrada, pero es... lunática. Así que te pido que la ignores cuando toques y que confíes en mi porque no volveré a permitir que se te acerque, ¿está bien? —Tomó mi mano, la presionó con suavidad y asentí.

—Señor, ¿ella me conoce de algún lugar? —Pregunté justo cuando el señor Liu le daba un sorbo a su té, pero al oírme, comenzó a toser de forma estrepitosa.

Me levanté y le di palmadas en la espalda hasta que el repentino ahogo se esfumó.

—Mila, querida, voy a dejarte. He estado un poco mal de la garganta, así que iré a casa a descansar —informó al tiempo que se reverenciaba con dulzura.

—Claro, señor —le dije extrañada—. Por favor cuídese.

El hombre asintió con una ligera sonrisa de cortesía, pero con una expresión de total alarma que me inquietó.

El hombre asintió con una ligera sonrisa de cortesía, pero con una expresión de total alarma que me inquietó

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𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐚𝐝𝐚 𝐚𝐥 𝐝𝐫𝐚𝐠ó𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora