Capítulo 21

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Bebí el té de flores mientras miraba fijamente la taza. Sentía que mis ojos ardían de tanto llorar y que mi garganta se había secado por completo.

—¿Se siente mejor? —Wu Zhen habló con su ronca voz casi en un susurro.

Levanté la cabeza con pereza y lo observé con desánimo.
—Supongo que sí —respondí y me puse un mechón de cabello detrás de mi oreja—. Gracias por haberme... contenido... hace un rato.

El chino asintió levemente y me quedó viendo inquisitivo.

—¿Sucedió algo muy grave?

—El pasado ha vuelto con cosas que... que prefería mantener congeladas en mi mente —expresé con nostalgia—. Recordarlas y enterarme de otras cosas abrió la herida.

—A veces contener la energía amarga de un suceso trágico no ayuda a sanarlo, señorita Mila —Inhaló y exhaló con suavidad. Bajó el rostro y presionó sus labios como si hubiera recordado algo doloroso y luego de algunos segundos, volvió a hablar—. Sé de ese sentimiento.

El chino me observó y con su lenguaje corporal invitó a mi fragmentado corazón a que se desahogara. Se sentó junto a mí en la cama y esperó paciente, con esa aura de tranquilidad que lo rodeaba, que comenzara a hablarle de mis penas.

—Mi padre murió de un cáncer abrasivo cuando yo tenía siete años y mamá quedó devastada. En ese momento sentí que para mí fue doblemente terrible porque no solo se había ido... él, también mamá no volvió a ser la misma, maestro Wu —Le di un trago al té y suspiré—. Ella era una buena pianista, de hecho, con papá se enamoraron porque el fabricaba instrumentos musicales de viento aquí en Chongqing. Ese era el negocio familiar que habían heredado por siglos. Un día, mamá viajó para acá desde Chile para estudiar por seis meses gracias a una beca estatal. Lo primero que hizo su primer fin de semana libre fue ir a ver los instrumentos musicales que se tocaban por aquí. Mi padre contaba que apenas ella entró en su tienda supo que debían estar juntos —Sonreí al recordar a papá contándome la historia con emoción—. Por algunos problemas, que no comprendo del todo, se fueron a Chile y lograron vivir bien. Luego nací yo y la felicidad de ellos era completa.

»Papá me enseñó a hablar mandarín. No quería que yo creciera lejana de su cultura, así que me enseñó lo que más pudo de esta nación mientras que mamá me enseñaba a tocar hermosas melodías en el piano. Los tres compartimos tardes inolvidables de risas y música hasta que un día papá partió y todo cambió, empezando por mamá.

Wu Zhen asintió y me miró con tristeza.

—Lamento escuchar eso, pero era lógico, después de todo lo que vivieron, ella perdió a su amado, Mila.

—Si, por lo mismo jamás la juzgué —comenté con sinceridad—. Entendía su depresión y el hecho de que no pudiera trabajar porque enfermó de a poco. Aún así, me seguía enseñando a tocar el piano, solo que después eran únicamente melodías tristes.

—Un reflejo de su corazón —añadió el chino y yo asentí.

—Cada vez estaba más pálida..., más delgada..., demacrada —Cerré los ojos con dolor al recordar el rostro huesudo de ella— y un día, cuando me encontraba tocando el piano para ver si podía postularme a alguna beca, llamaron a mi puerta; era la policía que me había ido a buscar para notificarme que mi mamá se había suicidado lanzándose a un río.

El asiático se arrodilló a mis pies y pestañeó varias veces. Su semblante demostraba lo impactado que estaba, puesto que su entrecejo estaba decaído.

—¿Qué edad tenía usted?

—Tenía trece años —respondí y lo miré con una sonrisa desganada y con los ojos vidriosos—. Al principio odié a mi madre por dejarme sola, pero luego comprendí que la pena la había vencido. Entender las cosas desde esa perspectiva me ayudó a sobrellevar todos los últimos años, hasta hoy —Me puse de pie y caminé hacia el jardín—. Hace un rato recibí un correo de un banco de pertenencias. Decía que... que mamá tenía un locker y decidí pedirles que me enviaran los documentos que hubieran allí a mi correo y... —Negué con incomprensión.

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐚𝐝𝐚 𝐚𝐥 𝐝𝐫𝐚𝐠ó𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora