Cerré los ojos y me dejé llevar por la emocionalidad que contenían las primeras notas de Spring Waltz de Chopin; la pieza favorita de mamá. La tocaba para mí en aquellas lluviosas tardes de invierno, donde intentabamos cobijarnos en el recuerdo de papá a través de aquella música nostálgica que nos transportaba a momentos más felices, cuando él aún vivía y no era vencido por el terrible cáncer terminal. Pese a ello, mamá no perdía oportunidad. Ponía un banquito para que me sentara junto a ella en el viejo piano del abuelo y, luego, con paciencia, guiaba mis pequeñas manitos por las teclas, hasta que un día mis manos ya eran algo más grandes y experimentadas, pero ya no eran dirigidas por las de mi madre porque ella también había partido.
Recordarla con lágrimas en los ojos, rendida por su tristeza y descargando toda su pena en el piano, hizo que finalizara las últimas notas con una suprema melancolía que se coronó con unas cuantas lágrimas mojando las teclas.
Abrí los ojos y el señor Liu estaba boquiabierto, con los ojos enrojecidos y con unos surcos que evidenciaban un ligero llanto emocional.
Sin esperármelo, me aplaudió enérgico.Me levanté y reverencié, para luego secar la estela que las lágrimas habían dejado en mis mejillas.
—Perdóneme por haber mojado su piano, señor Liu. De verdad, soy muy torpe. Yo...
—¡¿Qué dices pequeña?! —exclamó con su bella sonrisa—. Esto es lo que necesito en mi restaurante; pianistas que sientan la melodía, que logren conectarse con el público hambriento de sensibilidad.
—Esto quiere decir...
—¡Que eres mi nueva pianista! —comunicó con firmeza—. Tocarás tres días a la semana durante el horario de la tarde.
Emocionada, me llevé las palmas a la boca y di unos cuantos saltitos de felicidad que hicieron reír a carcajadas al anciano que me observaba maravillado.
La satisfacción perduró durante todo el camino de regreso, y la sonrisa no se me borró de la cara ni si quiera al probar el té Pu Erh amargo que Lara pidió en la cafetería junto con unos crepes azucarados de Matcha para celebrar mi nuevo logro.
—Entonces, asumo que el vejete te va a pagar una buena plata por tus servicios de pianista —expresó al tiempo que daba un bocado a su postre—. Ese ancianito está podridísimo en billetes, así que no toleres que te pague menos.
Miré a Lara con enfado al escucharla hablar de forma tan irrespetuosa sobre el agradable anciano.
—Qué mala eres. No entiendo cómo el señor Liu te considera su amiga si eres una mal hablada.
La pelirroja se rió con fuerza, llamando la atención de los pocos asiáticos que habían en la cafetería, pero al advertir que su volúmen era demasiado alto, se mordió el labio para contenerse.
—¡Ay, ya! No seas grave. Solo bromeo. Además, él sabe que yo soy así... directa, pues. Y es justo eso lo que le agradó de mí, que no lo trato como si fuera un dios.
—Lo entiendo. Debe ser difícil para él rodearse de personas y saber que la mayoría solo se acerca por su dinero.
Lara asintió al tiempo que cambiaba su expresión a una más seria.
—Es una cagada porque encima el viejo no tiene ningún familiar.
—¿En serio? Tenía unas fotos de una muchacha joven en su despacho —comenté, recordando el rostro agraciado de la chica del retrato—. Pensé que sería su nieta o algo así.
—No, esa era su hija.
—¡¿Era?! —pregunté con sorpresa y mi amiga asintió con tristeza.
—Su esposa y su hija eran pianistas y fallecieron en un accidente de auto cuando la chica tenía solo veintidós años.
ESTÁS LEYENDO
𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐚𝐝𝐚 𝐚𝐥 𝐝𝐫𝐚𝐠ó𝐧
RomanceMila Zhāng es una jóven y frustrada pianista, atormentada por visiones de una vida anterior y visitas fantasmales de una mujer extraña. Anhelando alcanzar sus sueños, y motivada por su mejor amiga, viaja a China, la tierra de sus ancestros, donde c...