Capítulo 17

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Los sirvientes de la enorme mansión del general Líng se reverenciaron con respeto en cuanto vieron pasar por la decorada puerta al apuesto comandante que, por más que vestía un shenyi azulado y un simple lazo dorado en la cintura, entró con imponencia y seguridad.

Conociendo a la perfección los pasillos confusos que daban al increíble patio, se movió con velocidad por ellos para llegar cuanto antes a atender el llamado de urgencia que el anciano Líng le había hecho llegar por medio de un sirviente.

Lejos de ver una calamidad como esperaba, notó como el cansado general vigilaba el entrenamiento de varios de sus soldados mientras les daba instrucciones para mejorar sus movimientos.

—General, vine en cuanto recibí su mensaje —dijo el comandante y se reverenció, inclinándose ligeramente hacia adelante y llevando su puño al corazón, en señal de respeto—, ¿ocurre algo grave?

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—General, vine en cuanto recibí su mensaje —dijo el comandante y se reverenció, inclinándose ligeramente hacia adelante y llevando su puño al corazón, en señal de respeto—, ¿ocurre algo grave?

El general lo observó, peinó el largo bigote sobre su boca y le arrojó una espada que rebotó estruendosa junto al jóven. Sin darle tiempo a Sūn Huì Láng de reaccionar, lo sorprendió lanzándose sobre él con su preciosa espada; la misma que lo acompañaba hace más de treinta años y que llevaba oculta, en su filo majestuoso, las almas de todos los enemigos que partieron por su mortal herida.

 Sin darle tiempo a Sūn Huì Láng de reaccionar, lo sorprendió lanzándose sobre él con su preciosa espada; la misma que lo acompañaba hace más de treinta años y que llevaba oculta, en su filo majestuoso, las almas de todos los enemigos que partiero...

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El comandante esquivó el ataque, tomó la espada en el piso y comenzó a luchar con el general con agilidad, como tantas veces habían hecho.
Con un rápido movimiento, ambas espadas chirriaron cuando chocaron y, al igual que siempre, las puntas quedaron en el cuello de sus oponentes.

—¡Bien, muy bien, comandante! —exclamó el general, agitado mientras guardaba su espada—. Si esto fuera real, me hubieras matado, pero no te distraigas, mi filo también estaba en tu yugular —Lo miró con templanza—. Una victoria donde tu mueres, es una victoria a medias y eso es algo que jamás puede ocurrirle a un general, ¿entendido? —preguntó con rostro serio y se desplazó a la mesa a beber té.

Sūn Huì Láng lo miró extrañado y lo siguió con aquella expresión dudosa. Inclinó la cabeza y se paró frente al general.

—Señor, aprecio sus enseñanzas, pero no entiendo el hecho de que enfatice que lo que me ocurrió no debe sucederle a un general —Se arrodilló delante del señor Líng y llevó el puño derecho al corazón—. ¡Solo usted es el gran general de la dinastía Song! —exclamó sin titubear.

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐚𝐝𝐚 𝐚𝐥 𝐝𝐫𝐚𝐠ó𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora