Capítulo 7

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El sonido chirriante del celular me despertó en medio de la siesta del almuerzo. El agotamiento de haber dormido mal y madrugado me pasó la cuenta inmediatamente después de haber comido un plato de sopa de wontón.

Molesta, tomé el cacharro y respondí.

—Espero que sea algo importante, porque casi me causas un infarto.

—¡Me dijiste que podía presentarte a mi amigo con derechos y eso haré hoy! —expresó la pelirroja con la voz alegre.

Me di una cachetada, incrédula de que Lara recordara algo tan ínfimo como esa conversación de su noche de borrachera.

—¡Eres increíble! —exclamé con asombro—. ¡Estabas borracha y, aún así, recuerdas detalles!

—Para que veas —dijo con voz triunfante.

—Bueno, ¿a qué hora y dónde? —pregunté, sintiéndome vencida.

—¡A las cuatro de la tarde, en Ciqikou!

—¿Dónde queda eso? —pregunté curiosa.

—Solo dile al taxista y él te dejará allí. Es un lugar turístico, así que no te pondrá problemas. De todos modos, te esperaré en la entrada.

—¡Listo, allá te veo, Romea! —bromeé.

El tiempo que tuve para alistarme transcurrió veloz, no tanto como el viaje a aquella ciudad desconocida que, al parecer, sí era muy turística, puesto que el tráfico en esa dirección era terrible.

Supe que ese era el lugar no solo por la enorme cantidad de vehículos agrupados impidiendo el paso, ni por la descomunal masa de personas que se movían como hormigas, sino que por los enormes pilares antiguos que marcaban una majestuosa entrada a una enorme ciudad amurallada que parecía haberse quedado atrapada en el tiempo, pues era tan antigua que cada rincón gritaba orgulloso su edad, sin ocultar el desgaste que el tiempo había causado sin piedad.

Con completo entusiasmo, saqué mi tinta borgoña y me maquillé los labios, mirándome en el reflejo del celular. Sonreí y me bajé del taxi.

Al estar más cerca, contemplé que los pilares majestuosos que daban la bienvenida tenían el clásico techo curvo antigüo del que colgaban varios globos de papel en tono rojo vibrante con mensajes de buena suerte.

Estaba tan encantada con el techo, que no había visto lo que tenía en frente; dos enormes estatuas de perros Fu que custodiaban el ingreso y que parecían tan reales que me causaban una ligera sensación de miedo.

El cuello llegó a dolerme de lo mucho que lo estiré para apreciar la belleza de todos los detalles, sin embargo, mi dolor pasó de ser cervical a estomacal cuando vi a Lara junto a dos hombres; uno era Chen (asumí por el rostro desconocido), y el otro era Wu Zhen, que lucía irreconocible.
Si bien siempre se veía jóven, en esta ocasión vestía totalmente diferente a su tradicional traje tang; llevaba un jogger oscuro, una camiseta oversize blanca y sobre ella, una chaqueta bomber abierta en color negro.
El cabello lacio le caía húmedo sobre el rostro insensible, pero, maravillosamente, atractivo.

Me acerqué procurando dar pasos firmes en los botines negros de tacón cuadrado que siempre me hacían perder el equilibrio.
Suficiente ridículo tuve con el espectáculo de la madrugada en los brazos del maestro como para encima llegar a caerme de forma estrepitosa y perder la poca dignidad que me quedaba.

De forma sutil, acomodé mi jeans celeste a la cintura y arreglé mi flequillo que se había despeinado por el viento frío que corría.

Tanto Wu Zhen como yo evitamos mirarnos y solo nos saludamos con una imperceptible reverencia. Rápidamente me dirigí hacia mi amiga para besarle la mejilla y, en respuesta, Lara silvó al verme. Descaradamente me lanzó un beso en el aire, ocasionando la risa de Chen.

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐚𝐝𝐚 𝐚𝐥 𝐝𝐫𝐚𝐠ó𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora