America Stratford vivió toda su vida entre guantes de seda y cócteles, pero cuando a los dieciséis años su padre aparece y la idea de pasar los últimos años de preparatoria con él en un pueblucho de Connecticut es puesta frente a ella, todo su mundo...
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🍂 La última gota
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Existe una sensación agradable y caótica al mismo tiempo cuando piensas y te das cuenta que la vida está siendo buena. Tal vez era una exageración precipitarme de esa manera, pensar que era feliz al relajarme en un abrazo de Ash cuando, de a momentos, me encontraba excedida en pensamientos llenos de otra persona a la cual le importaba un demonio. Pero así me sentía. Me sentía plena creando recuerdos con mi novio y al mismo tiempo surgía una incomodidad en mis entrañas que me decía que no me pusiera cómoda, que la vida no podía ser tan genial.
Pero como yo nunca le hacía caso a nadie, el universo se encargó de abrirme los ojos y enseñarme el desastre en que se convertiría todo en cuestión de segundos.
Mis brazos seguían enroscados en Ash robando su calor corporal que supera lo normal para un cuerpo humano. El tiempo libre había terminado hacía un rato largo, pero nosotros seguíamos ahí, disfrutando del silencio y el abrazo del otro. Era la primera vez que nos mostrábamos íntimos hacia el resto de las personas e incluso hacia nosotros mismos. Y no estaba nada mal. Me sentía a gusto con ello, como si pudiera acostumbrarme para siempre a esa sensación.
¿Es posible pensar en el «para siempre» a los diecisiete años?
Cerré los ojos unos segundos, la noche había entrado y me sentía agotada tras pasar la tarde en la biblioteca con la mente en números, ecuaciones y problemas. Tan así que no vi a la persona que pasó como un rayo junto a nosotros. Sin embargo, sentí vibrar el pecho del chico al que me aferraba cuando este habló:
—¿Tan rápido terminó? —preguntó, haciendo que yo despegara los párpados y buscara a quien sea que se estuviera dirigiendo—. ¿Dean?
—¿Qué sucede? —cuestioné al oír el cambio en su tono de voz. Salí de mi escondite, de manera que el frío golpeó el calor y me hizo estremecer. Me gustaba el invierno, pero no cuando llegaba de manera inesperada.
—No tengo idea —respondió sin mirarme. Ash observaba una dirección específica y cuando seguí el curso de su mirada y vi la espalda ancha de Dean alejarse del lugar, supe que algo estaba mal.
