What's stopping you?

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Cuando Max escuchó el suave clic de la puerta, cerró los ojos y trató de contener las lágrimas. Cuanto más luchaba contra ellas, más intentaban salir. Molesto, su mano conectó con su copa de vino vacía, enviándola al suelo. Mirando los fragmentos rotos, las lágrimas finalmente ganaron.

Se arrodilló para recoger los pedazos, pero las lágrimas le nublaban la visión. No pudo hacer nada más que dejarlos caer. Buscó su teléfono en su bolsillo y marcó el número de Martin. No podía hacer esto solo.

Contestó al tercer timbrazo.

—Mar.— Gimió Max al teléfono. Su mano lo agarró como si fuera un salvavidas.

—¿Qué ocurre?—

Max se secó las lágrimas que aún caían. —Lo arruiné. Traté de hablar con él, pero no pude. Él... creo que él... no lo sé. Dijo cosas.—

—¿Él dio el primer paso?— Preguntó Martin, con incredulidad.

—Sí. Creo que sí. Fue muy... era como si me estuviera preguntando sin preguntarme, ¿Sabes? Y me congelé. Seguí recordando lo que se sentía perder a Daniel y...— La mano de Max arañaba el suelo, presionando el cristal con la punta de los dedos. Pero no podía importarle.

—¿Qué pasó?—

—Cedí, sólo por un segundo, pero luego entré en pánico. Él fue muy comprensivo. Siempre es muy comprensivo.— Max exclamó. Las lágrimas habían disminuido, dejando sólo su ira.

—Max.— El tono de Martin era comprensivo.

—Lo amo, Mar.—

—Díselo. Él claramente siente lo mismo, ¿Verdad?—

—Me dijo que se preocupaba por mí.—

—Parece que está tratando de no asustarte.—

Max cerró los ojos. ¿Cómo Checo era tan genial? ¿Por qué estaba hecho un desastre que no podía apreciarlo? —No sé qué hacer.— Susurró.

—No puedo decirte qué hacer. Pero puedo decirte que te arrepentirás de no haberlo hecho. Sergio no es Daniel.—

—Lo sé.— Max había aprendido desde el principio lo diferentes que eran Checo y Daniel.

—¿Dónde está ahora?—

—Se fue para darme espacio.—

Martin soltó una suave risita. —Parece que abrió la puerta, solo está esperando que entres o la cierres en su cara. ¿Cuál quieres?—

—No es tan simple, Mar.— Espetó Max. Se pasó la mano por la rodilla. Mientras se levantaba, pequeños fragmentos de vidrio cayeron sobre sus pantalones.

—No te pregunté qué ibas a hacer. Te pregunté cuál querías. Si Daniel no existiera. Si solo te concentraras en lo que sientes por Checo, ¿Cuál querrías?—

—La primera.—

—Entonces, ¿Qué te detiene?—

—Sabes lo que me detiene.— Gruñó Max. Martin siempre fue la voz de la razón y, a veces, era genial y, a veces, parecía un rompecabezas innecesario.

—¿Todavía sientes algo por Daniel?—

—No.— Espetó Max. —Quiero decir, es posible que una parte de mí siempre lo ame, pero no quiero estar con él. Ya no lo extraño.—

—¿Crees que Checo es como Daniel?—

—No. Él es todo lo contrario.—

—Entonces, ¿Qué te detiene?— Repitió Martin.

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