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El apartamento de Amaia es pequeño y un poco caótico, pero acogedor. Es tan ella que, aunque no esté, notas su presentica. Por eso mismo me alegro de haber aceptado su oferta de quedarme aquí durante el rodaje, en vez de en el hotel. La mayoría del equipo es de Barcelona y los que no lo son se han distribuido por las casas del resto, así que era esto o pasar cuatro días sola en un hotel o en un piso patera sin poder desconectar. Además, teniendo en cuenta lo sucedido hoy, mejor evitar los sitios donde cualquiera puede entrar y salir a su antojo.

El único inconveniente es que le he ofrecido a Chiara quedarse conmigo... Y Amaia sólo tiene una cama.

El viaje en la furgoneta hasta aquí ha sido relajado y en silencio. Después de cenar, Martin se había despedido pronto del grupo, ya que Juanjo, su novio, lo había venido a buscar para ir a casa de unos amigos, así que nos habíamos quedado Chiara y yo solas con el chófer. Ella se he pasado el trayecto mirando por la ventana las luces de la ciudad, mientras yo me lo he pasado mirándola a ella.

Al llegar al apartamento, mi acompañante se ha quedado en la puerta, como si estuviera analizando cada rincón visible del nuevo lugar antes de poner un pie en él. Entre eso, la agilidad y la fuerza que tiene, me pregunto si se dedica a la seguridad privada, aunque luego recuerdo lo despistada que parece ser y no me cuadra para nada con un trabajo donde hay que estar tan pendiente de todo.

Ahora parece más relajada. Está de pie frente a una de las estanterías del salón, leyendo uno por uno los títulos de todos los libros que tiene Amaia. En cambio, la que está ligeramente nerviosa soy yo, porque no sé cómo va a reaccionar cuando le proponga lo de compartir la cama. La tortura china que mi amiga tiene por sofá hay que evitarla a toda costa.

–Vale, hora de coger al toro por los cuernos... –digo para mí misma.

–¿Eh? ¿Dónde hay un toro? ¿Eso no es un animal? –Vale, creo que lo he dicho demasiado alto, porque ahora tengo a una Chiara confundida mirando a su alrededor.

–Era una expresión. –Le aclaro con una sonrisa. –No hay ningún toro. Es que tenemos que hablar de cómo vamos a dormir. Sólo hay una cama.

–Oh, vale. –Es ella quien sonríe ahora. –Puedes ir a descansar. Yo me quedaré aquí. –Dice tan tranquila, señalando los libros.

–Chiara, tú también necesitas descansar.

–No te preocupes, no soy de dormir mucho.

– ¿Insomnio?

– Demasiada información que procesar y poco tiempo para hacerlo.

–Pues el cerebro necesita las horas de sueño para procesar esa información, así que toca dormir o, al menos, relajarte en la cama para intentarlo. –Veo que va a intentar ponerme alguna excusa y la freno. –Y no hay discusión. Sólo espero que no te importe tener que compartir la cama conmigo.

–Nunca me va a importar compartir espacio contigo, Violeta.

Como esta mujer vuelva a sonreírme así yo no respondo. Ahora la que no va a dormir soy yo.

Rápidamente, me dirijo a la habitación, saco unos pantalones y una camiseta cómodos de mi maleta y se los doy para que pueda estar cómoda. En menos de diez minutos estamos las dos en pijama, metidas en la cama, y yo con las sábanas hasta las cejas e intentando controlar mi respiración para relajarme.

*****

La técnica de meditación que me enseñó Juanjo debe haber funcionado, porque lo siguiente que recuerdo es despertarme de golpe, temblando, con la almohada empapada y el mal cuerpo de haber revivido el ataque de esta mañana. La única diferencia es que, en la pesadilla, Chiara no aparecía a tiempo.

Cuando consigo volver del todo en mí y ser consciente de dónde estoy, recuerdo que mi ángel de la guarda particular si ha estado hoy para salvarme y, ahora mismo, su cuerpo está rodeando el mío por detrás, arropándome con sus brazos como si quisiera protegerme de mis propias pesadillas.

–¿Eso ha sido un mal sueño? Tu corazón late muy rápido. –La voz de Chiara es casi un susurro y me acaricia el oído cálidamente.

Decirle que, ahora mismo, la que tiene la culpa de eso es ella y su desconocimiento del espacio personal, no me parece lo más adecuado. Lo último que quiero es que se aleje, así que tomo una bocanada de aire, intento calmar un poco mis pulsaciones, y pongo mi mano sobre su brazo rodeando mi cintura.

–Creo que no era consciente de cuánto me ha afectado lo de hoy.

– ¿Puedo ayudarte en algo?

–Ya lo haces. Esto ayuda. –Las yemas de mis dedos acarician suavemente la piel de su antebrazo, para que le quede claro a lo que me refiero. –Es absurdo, porque ni siquiera te conozco, pero no me había sentido nunca tan protegida como en este momento.

Sé que es una locura, que me estoy exponiendo demasiado quedándome a solas con una persona que ha aparecido en mi vida de la nada. Hasta Martin me lo ha dicho, que no sabemos de dónde ha salido, que incluso podría estar involucrada en el ataque..., que tanta casualidad no es normal. Pero mi mejor amigo también sabe lo cerrada que soy con la gente, lo mucho que me cuesta estar a gusto con alguien, y que siempre he tenido buen instinto para calar a la gente a la primera. Es algo que me ha salvado de más de una situación incómoda.

Sólo espero que esta no sea la primera vez que me equivoque.

–Hace un tiempo, Rus y yo llegamos a un lugar por error... –Chiara empieza a explicar. –Bueno, no por error. En realidad tuvimos un problema con nuestro vehículo y no llegamos a nuestro destino original, así que acabamos por parar en un poblado muy pequeñito, completamente diferente al lugar donde teníamos planeado. Nuestra llegada no fue precisamente discreta, así que no esperábamos un recibimiento muy... cordial.

– ¿Atropellasteis una vaca o algo?

–No. –Noto la risa de Chiara retumbando en mi espalda y a mí se me enciende algo en el estómago. –Pero nuestro vehículo no es precisamente discreto. El caso es que fue todo lo contrario. Nada más salir y conocernos, me tomaron de la mano, me miraron fijamente, y me sonrieron. En nada estaba sentada en uno de sus humildes hogares, compartiendo su comida y sus historias. Pese a saber que no era como ellos, esas gentes no tenían miedo ni se sentían amenazados. Y es que, una de sus creencias más básicas, es que no importa de qué parte del Universo procedas, todos tenemos el mismo origen, e incluso puede que alguna vez nuestras partículas primordiales formaran parte del mismo organismo. Ellos sintieron esa conexión conmigo y, tal vez, eso es lo mismo que sentimos ahora tú y yo.

– ¿Y qué pensará tu amiga de eso?

–A Rus no le gusta lo que no puede controlar.

–Genial, me va a odiar. –Digo suspirando. –Otra cosa más para añadirle gasolina a mis pesadillas...

– ¿Me dejas probar algo? –Me pregunta. Estoy a punto de girarme para preguntarle el qué, pero me doy cuenta a tiempo de que sería muy mala idea. Estamos demasiado cerca. Así que simplemente asiento. –Los jygo, las gentes de las que te he hablado, tienen una cultura muy rica y unas tradiciones preciosas. Una de ellas es una canción que les cantan a sus infantes para ahuyentar los males antes de dormir.

Y así es como, por fin, vuelvo a conciliar el sueño; En los brazos de una desconocida a la que parece que he estado esperando toda la vida, con su voz acariciando cada átomo de mi ser mientras canta una canción en un idioma que ni siquiera entiendo.

Sin noticias de KeeksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora