29. Estaré aquí mismo.

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El Tesla Model X con el que la pequeña alienígena pelirroja nos ha sorprendido al volver al aparcamiento del hotel avanza rápidamente por la autopista en dirección a Barcelona. No es que nunca haya tenido mucha fe en eso del piloto automático de los coches eléctricos, pero cuando te encuentras con que alguien capaz de viajar por el espacio considera esa tecnología rudimentaria y le da por modificarla a su gusto para moverse por las carreteras de tu planeta, pues te fías menos aún.

El coche se mantiene completamente en silencio desde que Rus, sentada de lado en el asiento del conductor, mirando hacia el copiloto donde va mi mejor amigo, ha acabado de explicarle a Martin quiénes son ellas en realidad y lo que ha pasado estos últimos tres días.

Mientras tanto, Kiki y yo, sentadas en la parte trasera, no hemos intercambiado ni una palabra desde que salimos del hotel. No estoy enfadada, creo que llegados a este punto sería incapaz, pero sí un poco dolida porque no tuviera la consideración de decirme la verdad; que sabía desde un principio que tendría que marcharse. Ahora, llegando de vuelta a la ciudad donde la espera su nave para emprender el viaje que la alejará de mí, me doy cuenta de que, tal vez, ella tampoco ha podido pensar con claridad estos días y que, si en algún momento lo ha hecho, ha puesto por delante el verme feliz y ha querido evitar pasar el poco tiempo que tenemos juntas amargándonos por algo que, al fin y al cabo, no podemos controlar.

Por eso, suspiro con resignación y estiro mi mano hasta encontrar la suya sobre el tapizado del asiento, entrelazo nuestros dedos y, cuando ella levanta la vista para mirarme con sorpresa, le dedico una sonrisa.

–Esto es de locos. –Dice Martin por fin desde el asiento del copiloto.

Como era de esperar, el chico no se ha creído ni una sola palabra y con toda la razón. ¿En qué cabeza cabe que dos aliens de fuera de la galaxia, capaces de adquirir cualquier forma orgánica deseada, se paseen entre nosotros como si nada? Es más, creo que lo de que Kiki sea un ser creado en un laboratorio y que, por casualidades de la vida, hayamos tenido una especie de conexión mística ancestral que ha hecho que nos enamoremos es lo que ha acabado por hacerle creer que estábamos describiéndole el guion de una película de ciencia ficción. Creo que nada de lo que le digamos será capaz de convencerle de que todo es real hasta que pise la nave.

Llegamos a Barcelona en apenas dos horas, pero no seré yo quien se preocupe por multas de tráfico ahora mismo. Dejamos el Tesla en un lateral poco transitado de la Ciutadella, Rus hace lo que sea que tiene que hacer para dejarlo tal y como estaba cuando lo encontró, y nos dirigimos al interior del parque, donde la nave espacial sigue esperando en su escondite tras la fuente.

–Keeks, tenéis cuatro horas y... –La científica mira lo que parece ser una pequeña tableta de metacrilato que llevaba escondida en el bolsillo... –...diecisiete minutos. Violeta, voy a necesitar tu dispositivo de comunicaciones.

–¿Mi móvil?

–Confía en mí. –Dice extendiendo la mano.

No sé para qué lo querrá, pero al mirar a Kiki, esta asiente como dando su aprobación, así que saco el móvil del bolso y se lo entrego.

–Perfecto, gracias. Ahora marchaos, aprovechad el tiempo. Yo me quedo con el humano escéptico.

Martin está a punto de protestar, pero doy un paso al frente y le doy un abrazo.

–Estaré bien. –Le aseguro. –Pero necesito estar a solas con ella antes de que se vayan.

–Todo esto sigue pareciéndome una locura.

–Lo es. Espérate a ver la nave por dentro y que Rus acabe de explicártelo todo. –No sé si eso le convencerá o acabará pensando que todo esto es un experimento y que nos han drogado o algo, pero al menos estaremos en el mismo barco. –También necesito que me hagas un favor.

Sin noticias de KeeksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora