9. Sin pensar.

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Lo que me despierta al día siguiente no es mi alarma, sino una suave melodía a piano. Sin llegar a abrir los ojos, puedo notar que la luz del día empieza a inundar la habitación, así que estiro el brazo para alcanzar el móvil que había dejado sobre la mesita de noche y despego un párpado para mirar la hora. Las 07:12. Todavía es temprano.

Mi cerebro sigue intentando arrancar, así que me cuesta unos segundos procesar que, si echo en falta la calidez de otro cuerpo junto al mío en la cama, es porque quien está tocando el piano es Chiara.

Lo que me faltaba ya...

Todavía con el recuerdo de sus brazos rodeando mi cuerpo y su voz arrullándome hasta que me quedé dormida, lo último que necesito ahora es que sepa tocar el piano.

Me levanto lentamente para no hacer ruido. No quiero llamar su atención y que deje de tocar antes de tener la oportunidad de observarla haciéndolo. Cojo el móvil y, antes de llegar a la puerta de la habitación, ya tengo la cámara preparada. La puerta del dormitorio da directamente al salón, en diagonal a la ventana junto a la que está el piano, por lo que su imagen no tarda en aparecer frente a mí. Por suerte, Amaia fue precavida y, dado que la música es su vida, se aseguró de insonorizar en condiciones el apartamento, porque si no ya tendríamos a algún vecino aporreando la puerta.

Chiara está sentada en la banqueta, de espaldas a mí, así que no nota mi presencia y puedo darle al botón de grabar. Sus dedos parecen acariciar las teclas cuidadosamente, como si tuviera miedo de hacerle daño al piano, y la melodía que emana de él es igual de delicada. No es hasta que han pasado unos segundos escuchándola, que me doy cuenta de por qué me suena la melodía que está tocando; es la nana que me cantó para ayudarme a dormir. Ahora tengo la necesidad de escuchar su voz uniéndose al piano, para tenerlo grabado y poder escucharlo en mis noches de insomnio, cuando no pueda tenerla a ella susurrándomela al oído.

De repente, la música para y Chiara se gira lo suficiente para encontrarse con mis ojos puestos en ella, como si supiera de antemano que estaba observándola.

-¿Te he despertado? –Me pregunta con algo de preocupación en el rostro.

-Sí, pero ojalá despertar así todos los días, sinceramente.

-Perdón. Es que lo he visto aquí y quería saber cómo era hacer música con él. Es casi mejor que la guitarra.

Espera... No estará insinuando que tampoco había tocado nunca el piano, ¿verdad?

-Mira, lo de la guitarra ayer te lo pasé. –Le digo con un tono un poco seco, a lo que ella frunce el ceño sorprendida. –Pero no puedes hacer lo que acabas de hacer y decirme que no eres músico. Ya no cuela.

Entendiendo lo que quiero decir, Chiara simplemente se levanta de la banqueta y se acerca a mí con una sonrisa.

-No sé mentir, Violeta. No es algo que tenga integrado. Puede que omita información, pero todo lo que te diga va a ser verdad.

-¿Todo?

-La capacidad de mentir es uno de los rasgos humanos que menos me gustan. Entiendo su función en ocasiones, pero no es algo que vaya a usar.

-¿De dónde has salido? –No puedo evitar preguntar. Es que la persona que tengo frente a mí no puede ser real.

-Si te lo dijera, tendría que explicar muchas cosas que no estás preparada para escuchar. Además, me metería en serios problemas.

-¿Con tu compañera Rus?

-Entre otros. –Me contesta más seriamente.

Vale, yo esto sólo lo puedo leer de una manera, así que subimos la apuesta de seguridad privada a agente secreta de alguna organización. Sólo espero que sea de las buenas.

Sin noticias de KeeksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora