II

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Luché por mantenme consciente, por no caer o hacer algo incorrecto. Sin embargo saqué de entre los bolsillos traseros de Vladimir, una pequeña navaja, la cual me permitió abalanzarme contra aquel payaso.

—¡Seguridad! —la voz de aquel payaso se oye por todo el lugar, mientras sujeto fuertemente aquella daga, tratando de introducirla sobre su garganta.

La rabia carcome mi cuerpo mientras la gente se agrupa a ver aquella escena, sacando fotografías y otros incitando a la matanza. Aquello atraería a muchas personas al carnaval, sin embargo, eso no era un espectáculo teatral. Necesitaba saber que pasó allí dentro.

—¡Ya es suficiente! —se manifestó una voz, abriéndose paso entre la multitud.

El hombre de traje gris y de alto sombrero de copa, se sostiene de un bastón con cabeza de cráneo de pájaro. Este camina con suma elegancia, haciendo suspirar a aquellas mujeres de abanicos y collares de perlas, las exclusivas. Él les lanza a todas un beso en el aire, guiñándoles el ojo mientras llega hacia mí.

Sigo sujetando el cuello de aquel payaso, mientras que con su mirada suplica para que no acabe con su vida. Sin embargo me mantengo firme en mi decisión, haciendo incluso doler mis dientes.

El sujeto de traje gris pone su bastón sobre mi espalda, deteniéndome. Levanto a aquel payaso del suelo poniéndome detrás de él, mientras suelta aquel bulto manchado por completo de sangre. El del traje gris, pasa su bastón, develando un poco de cabello rubio.

—No te ha gustado el previo, ¿verdad? —susurra aquel sujeto, sin dejar de tocar aquel pequeño cuerpo.

—¡No lo toque! —manifesté apenas. La voz parecía estrangulárseme.

Solté a aquel payaso que parecía haberse orinado completamente. Ahora apuntaba mi cuchilla hacia ese sujeto, quien disfrutaba ver cómo la gente seguía acercándose.

Mis manos no dejaban de temblar. Sin embargo no dudaría en enterrar aquella arma homicida en cualquiera excluido o exclusivo que se me acercase, incluyendo también, a esos fenómenos.

Aquel hombre me observaba fijamente, poniendo su bastón sobre mi mentón en una forma casi obvia de atemorizarme. Con solo hacerlo, supe quién era. El de todas esas ceremonias del carnaval, el de todos esos folletos donde  la prensa local le llamaba como: "El Maestro".

—No hay nada que ver aquí señores. Disfruten del previo—expuso aquel hombre, dirigiéndose a toda esa multitud.

Dos sujetos de piel pálida me agarraron de improviso, impidiendo por completo cualquier tipo de movimiento. Una mujer vino casi corriendo, su silueta era hermosa hasta que una luz se posó sobre su rostro. Llevaba una gran barba que llegaba hasta sus pechos, cubriéndolos de inmediato. Sus ojos azules no van hacia mí, sino hacia aquel pequeño bulto tirado en el suelo.

—¡Oh dios mío! ¿Quién hizo esto? —sollozó la mujer, llevándose ambas manos hacia su rostro.

La propia curiosidad de un niñorespondió el hombre de traje gris.

—¡No hable así de mi hermano! —expreso con dureza.

Ambos me ven fijamente. el hombre, con solo asentir hace que me trasladen dentro de aquella carpa de luces tenues. Un grupo de hombres y mujeres están allí reunidos en un círculo. Unos impresionados, otros, viéndome como si fuese una de las peores escorias de todo Ámsterdam.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora