XXXIII

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Isobel y Lachlan me sostenían ambos hasta llegar hacia una habitación. Ningún solo ruido se oía dentro de la mansión del Gran Maestro, era como si todo ese lugar estuviese completamente muerto.

Me dejaron ambos sobre una cama, mientras ambos no dejaban de susurrar. Luego Lachlan tan solo se alejó, dedicándome una cálida sonrisa. Ella vino hacia mí, trayendo consigo toallas limpias. Pasó una de ellas sobre mi rostro y luego sobre mis brazos. Me recordó de cierta forma a mi madre, cuando nos bañaba por las noches y luego nos arropaba entre cientos de canticos dulces.

-¿Cómo estás? -susurró, llamando mi atención.

- Viva, por ahora-contesté viéndola. Creí que al igual que muchos, su destino había sido la muerte.

Ella sonreía un poco, mientras veía una fotografía puesta sobre un escritorio. Era mi madre, junto a ella. Por un momento, se asemejaban ambas a Ethelia y a mí. Los mismos rostros, el mismo cabello, las mismas sonrisas.

Sus manos secaban mis lagrimas al igual que las pizcas de sangre que mancharon mi cuello. Lo hacía con suma delicadeza, con sumo cuidado.

-Lachlan es muy valiente-sonrió-. Es una suerte que te tenga. Tu madre lo aprobaría.

Su voz se oía con suma tranquilidad, a pesar de haber asesinado a un guardia, uno de los lacayos fieles del Gran Maestro. El arma que portaba, ya no la llevaba consigo. Probablemente como esposa del anfitrión del carnaval, aquel crimen pasaría completamente desapercibido.

-Debes descansar. Traeré al boticario para que ponga vendas nuevas sobre tu herida-comentó-. Le explicaré al Gran Maestro sobre tu situación.

-¿Le explicarás también sobre lo sucedido con Simon?-inquirí-. ¿O con todas esas personas que están en esas celdas?

-Volveré en seguida.

Me dejé caer sobre aquella cama. Sin embargo necesitaba lavar mi rostro, refrescarme con un poco de agua helada. Levanté mi cuerpo, yendo hacia ese baño. Dejé caer el agua sobre ese lavado, viéndome brevemente sobre aquel espejo. Me quité el vestido, observando nuevamente esa herida. Debía cambiar las vendas, esperando que no causase irritación sobre mi piel.

-Se ve más grande de cerca-susurraron detrás de mi.

Al voltearme le veía cerca de mí, presionando sus labios contra los míos. Mi cuerpo se paralizaba nuevamente.

-Te odio, Arlequín-espeté.

-Repítelo otra vez-murmuró. Una risa se escapaba de entre sus labios.

-Sal de aquí. No lo diré una segunda vez.

Se escucharon exactamente tres golpeteos. Arlequín dejaba su mano sobre mi boca, negando con su cabeza.

-No atrevas siquiera a morder la mano que te atreviste a besar-ordenó.

Su cuerpo me presionaba, juntándolo con el mío, llevándome consigo hacia esa puerta. Con dos giros, presionaba por completo el cerrojo sobre aquella perilla.

Con ello, mi corazón solamente se aceleraba.

-Roan, traje ropa limpia. El boticario te espera en el salón principal-aquella era la voz calmada de Isobel.

-¿Boticario? No creí que tuvieses tantas atenciones de parte de los fenómenos, en especial de ella-sonrió.

Traté de empujarle con tal de apartarle de mi cuerpo, sin embargo se mantenía cerca de mí, bajando su mano sin dejar de verme con aquellos ojos inquisidores. Brevemente acariciaba mi mejilla, haciéndome una señal con su cabeza para que finalmente abriese esa puerta.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora