XXVII

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Debíamos arreglarnos. Se no había entregado temprano vestidos sumamente elegantes que a su vez, permitían también utilizarlos con facilidad a la hora de poder realizar nuestros actos.

El previo sería en un par de horas. Los megáfonos que se oían por toda la mansión, mencionaban que sería el ultimo, luego vendría el Truco Final. El solo escuchar que aquel nuevo evento de ese Carnaval sería "Un Desafío de Muerte," solo provocaba dos cosas. La primera, escalofríos que solo se acrecentaban sobre mis brazos y segundo, un lleno total a que miles de aeronaves se viesen proyectadas sobre aquel cielo nublado, proclamando la llegada del carnaval a la ciudad de Londres.

Ethelia los miraba completamente fascinada desde aquel balcón, recordándome a Simon.

El previo, el maldito previo. Oíamos una u otra vez que debíamos impresionar a los exclusivos y también a algunos excluidos. El previo era la única oportunidad que ellos tenían para vernos, debido a que habían subido el precio de los boletos dorados. El Gran Maestro seguía alardeando que ese sería un show memorable y que nunca se volvería a repetir.

Un escenario, cuatro elementos. Tierra, agua, fuego y aire. No sabíamos si estos se mezclarían unos a otros, ni con quien nos enfrentaríamos. Solo éramos el grupo de los siete, ahora más bien seis. Poco a poco íbamos disminuyendo. Era probable que nos hicieran acabarnos entre nosotros y luego con personas completamente desconocidas. Los fenómenos o profesionales de otros carnavales.

Sabía que el carnaval de los dieciséis no era el único que existía. Había oído en el mercado negro de Ámsterdam que existía cientos de carnavales y todos, sumamente peligrosos. Solo algunos se salvaban o solían ser el típico lugar con elefantes, jirafas, leones y payasos agradables. Otros, eran letales, un juego de suma tensión en donde el espectador no sabía con suma certeza si lo que veían sus ojos era real o una fantasía creada por sus mentes y una gran carpa circense.

Se mencionaba uno que los del mercado negro solían nombrar como "El terror en vida", su nombre "Le Cirque". Su fundador era un hombre francés, de cabello rojizo. Solía en ocasiones pasearse victoriosamente por las calles de Ámsterdam, con su cabello rojizo y ondulado. Nunca se le veía sin sus gafas oscuras y una serie de perros negros que iban tras su peso. Muchos de ellos, eran grandes, poderosos y de un humor muy poco apacible. Los niños le temían, al igual que los hombres. Se contaban historias, leyendas de que se alimentaba de mujeres, de que trepaba paredes y se convertía en un murciélago de inmensas alas que podían cubrir toda la ciudad y dejarla en penumbras.

Una sola vez había intentado robar un objeto de su lujosa residencia, una suite en un hotel donde todo resplandecía. Él era un hombre de lujos, de tener cientos y cientos de objetos brillantes cubriendo su cama, sus muebles, todo lo que para una persona como ese hombre representara elegancia.

Al entrar a ese lugar, mis ojos se habían dirigido directamente hacia un hermoso diamante, era un rubí de tonalidades rojizas. Debía ser mío, tenía que serlo. Pero inesperadamente, ese sujeto me había encontrado. Se dedicó a olfatearme y luego me había dejado ir, sin nada entre mis bolsillos.

Nunca volví a verle, hasta cuando pude observar desde ese balcón como entraba por las imponentes rejas de aquella gran mansión. Al parecer, venía sin compañía. Solo era su presencia en frente de la del Gran Maestro, abrazándose como dos muy buenos y viejos amigos.

Ambos se paseaban por todo ese jardín, mientras que Ethelia no le quitaba la mirada a ese enigmático sujeto. Conocía perfectamente esa mirada suya, de conseguir a cualquier hombre con solo desearlo.

—No te atrevas a hacerlo—susurré.

—Conozco a ese hombre—expuso, sin quitar su vista de aquel jardín.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora