XXIX

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No dejaba de gritar. Solo escuchaba ruido, unos que murmuraban y otros que no dejaban de tararear algunas melodías. La que daba inicio a los espectáculos del carnaval, se repetía una y otra vez.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Después de unos momentos, ya no escuchaba ni un solo sonido excepto el de mi propia respiración.

Quitaban de inmediato aquella venda sobre mis ojos, lo hacía algo diminuto de larga cola peluda. Se trataba de un mono, de tonalidades grisáceas. Se movía con suma rapidez, trepando hasta un árbol donde se quedaba viéndome.

Una cegadora luz se proyectaba sobre mi rostro, luego hacia una especie de pequeño escenario. Mi estomago se revolvía. Trataba de levantarme poco a poco, mientras se veían dos hombres. Uno, el que ya había visto antes de mascara en forma de huesos de animal, completamente fornido. Su torso desnudo parecía estar manchado de sangre. Otro sujeto también estaba allí, el de ojos bicolores y rostro pintado como el de un jocoso payaso.

—¿Y bien? —inquirió el sujeto de la máscara, lanzando un cuchillo. Escuchaba una gran ovación y luego un grito. El mío.

El sujeto enganchaba su cuchillo en la axila de ese otro sujeto. Este ultimo no dejaba de gritar, de moverse de un lado al otro extrañamente. Nadie decía o hacía absolutamente nada, la sangre goteaba rápidamente hasta que lanzar un cuchillo a su contrincante. Este daba un giro, parecido a los que solía dar en la cuerda floja.

Trataba de evitar que haya una masacre. Sin embargo inesperadamente, una mano me detuvo. Se trataba del hombre de ajustado corsé y rasgos femeninos. Era completamente hermoso.

El de la máscara se tronaba el cuello, generando piruetas, abalanzándose encima del chico de ojos bicolores. Este hacía un movimiento, elevándose sobre telas que rápidamente parecían mimetizarse con su piel emblanquecida. Volaba de un lugar al otro, pasando incluso cerca de mí.

—¿Qué esperabas Roan? ¿Una masacre como las del carnaval? —susurró alguien detrás de mí. Se trataba de ese hombre de cabellos rojizos.

—¿Cómo sabe usted mi nombre? —espeté.

—Tu madre lo eligió muy bien. Su cuervos, solían ser su mejor distinción.

—¿Qué está diciendo?

Se puso a mi lado en un solo movimiento rápido. Con su mano, me invitaba hacia otra dirección mientras aún se llevaba a cabo aquella exhibición.

El aliento se me escapaba, desplazándome con cuidado. Había caído ya en una jaula de cocodrilos para que ahora, me arrojasen a una repleta de lobos.

Había brillo, lujo y tesoros por doquier. El lugar perfecto para que alguien solo introdujese su mano y tomase todo lo que sus bolsillos estén dispuestos a llevar consigo. Era un pequeño salón, uno en donde también veía una gran barra de licores en distintos tipos de frascos y tamaños. Cada licor, tenía el mismo color. Rojizo. Sabía lo que era. Sabía también quien era él.

—Te ofrecería un sorbo. Pero si lo hago, tendría que convertirte—me sonrió, sirviéndose una copa.

No le digo nada. Es más, mis ojos no iban directamente hacia su mirada, sino hacia algo de rojo vivo. Al acercarme, me daba cuenta de que seguía llamando mi atención después de tanto tiempo. Era ese rubí, esa hipnotizante piedra.

—Si, sigue aquí conmigo. Creí que te lo llevarías esa noche—expuso mientras bebía un sorbo de su oscuro vino.

—Lo sabe, sabe quién soy y por eso querrá usted asesinarme—alegué.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora