VII

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Durante un instante todo se volvió silencioso. Un solo pensamiento se establecía todavía en mi mente. Simon.

Le veo nítidamente, a mi lado. No dejaba de abrazar aquellos payasos, mientras sonreía. Se le formaban hoyuelos en sus mejillas rosadas, sin dejar de decir mi nombre una y otra vez.

Quería tocarle, al menos tener una sola oportunidad de abrazarle. Pero al hacerlo, desaparecía de entre mis manos, como polvo, como niebla.

Traté de buscarle, de gritar su nombre. Mi voz, no se escuchaba.

Así seguía. El sueño parecía ser un bucle, un evento giratorio.

Estaba lejos del carnaval, lejos de las luces, el ruido y los vestidos vistosos que solían hacer picar mi piel. Lo único que veía era mi casa, el rio, mi reflejo distorsionado. Las aguas frías recorrían mis pies descalzos, la sentía refrescante, pero también congelante. Calaba mis huesos, mi respiración. Apenas sentía cada uno de los latidos de mi desesperado corazón.

Algo tocaba mis pies, frío. Veía unas manos, luego un rostro. Era Simon, pero ya no era el mismo de antes.

Grité, tenía que hacerlo. Todo lo que me rodeaba era de color blanco. Pestañeé un par de veces, llegando al punto de apretar mis ojos.

Alguien sujetaba mi mano fuertemente, esperaba que fuese Lachlan o Valdis. Lo más probable es que esta última, nos haya sacado ya de los féretros.

Estábamos a salvo.

Hubieses tomado tres gotas másno podía creerlo, era su voz.

Me deshice de inmediato de su agarre, apartando su mirada de la mía. A mi lado izquierdo, había otra cama, con Lachlan puesto en ella. Sus ojos estaban completamente cerrados.

Arlequín se rio. Para cuando traté de levantarme, Lachlan había despertado. Tosió un par de veces, hasta que tan solo vomitó.

Reprimí entonces un suspiro ahogado, sintiéndome completamente culpable de su estado. Se le veía pálido, sin la fuerza suficiente para al menos dirigirme la palabra. Su cuerpo no dejaba de temblar, de convulsionar. De inmediato, se acercó una mujer diminuta, parecía una niña pequeña.

—Saca a esa chica de aquí ¡Rápido! —chilló aquella mujer, mientras sacaba una jeringa.

Me sacaron a rastras de ese lugar, mientras trataba de ver que le estaban haciendo a Lachlan. Solo oía los gritos de algunas mujeres, yendo de un lugar hacia otro.

Estaba desesperada.

Arlequín me tiró al suelo, lastimándome de inmediato las rodillas. Delante de mí, tenía al Maestro sujetando el brazo de Valdis con suma fuerza. Ella, aún estaba tomando la forma del cuerpo de mi hermana.

—¿Qué espera? ¡Máteme! —exclamé.

Él se queda viéndome, suspirando, hinchando su pecho. Viste diferente, parece ser una muy elegante camisa de dormir de seda color azul con estrellas doradas bordadas en las esquinas. Su cabello oscuro, parece estar atado en una coleta.

Poco a poco se oyen murmullos. Parte de los dieciséis y del grupo de fenómenos, se agrupan hacia donde estamos. Algunos niegan con la cabeza, otros temen por lo que se llevara a cabo.

El Maestro, no dejaba de apretar el brazo de Valdis. Ella solo se queda viéndome, tomando poco a poco su verdadero rostro. Sus ojos se sumen en el terror, la angustia de no saber qué hará aquel hombre. El dueño completo del carnaval.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora