XXXIV

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Nadie parecía mencionar durante el desayuno aquel grito. Los fenómenos del carnaval comían en silencio mientras que los del Cirque, iban de una conversación tras otra entre risas y algunos confusos canticos. Lachlan y yo seguíamos sentados sobre una mesa circular Mis ojos, iban desde su mirada hasta la del Arlequín. Sus compañeros me veían de forma esquiva, pero no él. Ni siquiera se atrevía a verme, enfocado por completo en los susurros que compartía con una de las fenómenos, de las pocas que quedaban. Ella no dejaba de sonreírle, escuchando la alejada conversación que Lachlan trataba de hacer conmigo. La mitad de lo que solía mencionar, ni siquiera lograba quedar permanentemente sobre mi cabeza. Excepto por una palabra: Escape.

—¿Qué dices? —Lachlan había tomado mi mano.

—¿Qué cosa?—había vuelto a su mirada.

—Te mencionaba que debemos irnos, esta noche. Las dos semanas que quedan, serán las más difíciles. Será un baño de sangre.

—Entonces, ¿cuántos son los que llegan finalmente al Truco Final?

—Los que sobreviven a los entrenamientos. El año pasado, fueron dos. Valdis y yo —susurró —. Nos dejaron sobrevivir, pero él que lo ganó fue Arlequín. Su mirada fulminante iba de inmediato hacia la de su hermano.

—Lo haremos esta noche.

Asintió nerviosamente, besando luego mi mano. No merecía su afecto. Me había portado como una verdadera canalla. Le mentía, estaba jugando algo más peligroso que el Truco Final. Desafiaba por completo mi cordura, mi corazón tambaleándose al igual que mis pies sobre la cuerda floja. El deseo y la confusión, estaban cegando mi verdadero propósito.

Asesinar a quienes habían acabado con la vida mi hermano.

El desayuno había terminado. Debíamos volver a nuestras habitaciones, hasta que el altavoz proclamase el momento indicado de un nuevo entrenamiento.

No dejaba de sostener la mano de Lachlan, mientras la mía sudaba al ser empujados ambos por esos guardias. Éramos los únicos que quedaban del grupo de los dieciséis, lo cual de inmediato capturaba la atención de todos. Dos personas que eran la carne fresca para todos esos hambrientos fenómenos.

Caminábamos deprisa por esos pasillos. El guardia nos escoltaba a ambos a nuestras habitaciones. Algo quedaba sobre la palma de mi mano al soltar a Lachlan, una nota.

Me quedé viéndole, mientras aquel guardia me empujaba hacia mi habitación. Al cerrar la puerta, escuchaba como introducía la llave sobre el cerrojo. El miedo combinado con una súbita ira, recorría rápidamente mi cuerpo. Las reglas del carnaval estaban cada vez más en nuestra contra. Solo quedábamos dos frente a un grupo de personas que nos podían destruir incluso, estando dormidos.

Tendría que hallar una mejor estrategia, actuar como si nada, era la única opción que me quedaba tanto para Lachlan como para mí. Me eché hacia atrás, chocando con alguien.

Me di la vuelta, siendo abrazada por Ethelia. Le correspondí, mientras ella no dejaba de llorar. Acaricié su cabellera oscura, esperando que pudiese tranquilizarse.

—¿Qué pasa? —me inquieté —. ¿Qué te hicieron?

—El Gran Maestro quiere que me vaya, está expulsándome de la mansión —sollozó.

—¿Por qué?

Negó con la cabeza, luciendo completamente inestable. Ella siempre había sido la fuerte, la líder de la familia. Ahora, temblaba como un pequeño pájaro sobre mi regazo.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora