XVII

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Apenas podía coger un poco de fruta fresca  para aquel desayuno. Seguía aun en la fila, llenándome de críticas de las chicas que estaban detrás de mí. Avancé lentamente, dirigiéndome hacia mi mesa donde estaba Hazel.

Intentaba desesperadamente  mantener la calma, sin embargo no podía dejar de mover la pierna derecha con sumo nerviosismo. Lo único que podía hacer era mirar hacia mi alrededor. En el grupo de hombres, había tres miembros nuevos. Dos chicos de piel oscura y un sujeto pecoso de cabello rojizo que no dejaba de masticar con su boca abierta toda esos wafles con mermelada de fresa.

No sabía cuánto tiempo había pasado y si Ethelia estaba todavía a salvo. Aquellas dos chicas, tampoco habían aparecido.

Trata de calmarte. Al menos, fíngelo susurró Hazel.

Negué de inmediato. Mi respiración entrecortada solo acrecentaba más aquella imparable ansiedad.

¡Todos de pie! rugió alguien.

La presencia del Gran Maestro enmudeció a todos y de alguna forma, también intimidaba de inmediato a cualquiera que estaba en aquel comedor. El pequeño grupo de los dieciséis ocultaba la mirada mientras los fenómenos, sus favoritos le aplaudían y rendían honores.

Mientras él caminaba, su mirada por una misera de segundo se quedaba posada en mi presencia. En ello, no dejaba de sujetar aquel cuchillo puesto cerca de mí. Dejo mi mano como un puño, sintiendo como ese filo penetra de inmediato mi piel. Posiblemente, ya estaba sangrando.

Mis ojos se mantenían en una gran oleada de desprecio.

La mano de Hazel se posó rápidamente sobre la mía. El Gran Maestro siguió su recorrido, deteniéndose en medio de aquel comedor, dándole a su sequito de guardias una sola orden para que cada uno de estos sacara de un costal salmón, una gran cantidad de dinero.

Los gritos de emoción se oyen por todo el lugar. Nadie puede creer que nos hayan dado dinero. Es evidente que es un soborno, uno para mantenernos supuestamente en calma.

Habían dejado el mío sobre aquella mesa. Apenas lo pude ver, mientras Hazel contaba cada euro con suma emoción. Su rostro denotaba suma felicidad. Era de esperarse, muchos de nosotros éramos pertenecientes a los barrios bajos. Personas que solo sobrevivían cada día con solo tres monedas sobre sus bolsillos.

¡Hoy saldrán de excursión! Compórtense ya que al primer desacato, las consecuencias serán severasexpresó el Gran Maestro con suma seriedad.

Todos daban las gracias, ríen y saltan por todas partes. Mis ojos solo veían a el Gran Maestro. Esperaba tan solo tener alguna conversación con él, pedir una clara explicación del porque mi hermana ahora es otra miembro del carnaval.

Los guardias no llevan nuevamente a nuestras habitaciones, en donde tan solo contamos con cinco o diez minutos aproximados para poder cambiarnos de ropa y coger un par de zapatos. Trato de cepillar mi enredada cabellera, mientras mi frente sigue sudando. Pensaba en la forma de escaparme de aquel hombre que esperaba aun fuera de la habitación. Me preguntaba también que lo que está ocurriendo con Ethelia y si Lachlan, aún seguía con vida.

Ya íbamos por aquel pasillo. Estaban ya todos en fila, completamente emocionados. A mi lado, sorpresivamente se encontraba Valdis, quien a toda costa evitaba que alguien viese aquella herida que acabó con su mano. Al verme, lo único que hace es resoplar. Sabía que aun debía estar a la defensiva a lo que se respeta tener algún momento de compañerismo con ella.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora