XLIV

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Mi cuerpo no dejaba de temblar, de sacudirse por el frío y por estar tan expuesta en ese bote mientras se detenía a medio camino. Habíamos llegado ya hacia las afueras de aquella gran carpa en donde aun se podía ver una larga fila de exclusivos y unos pocos excluidos que intentaban introducirse rápidamente sobre aquella gran carpa teatral.

Era ya la ultima fase, la ultima esperanza.

De inmediato aquellos guardias me trasladaron hacia mi camerino, sin siquiera darme la oportunidad de ver nuevamente a mi madre. Solo me llevaron a punta de escopetas, amarrándome de inmediato con aquellas electrizantes esposas mientras me dirigían hacia un largo camino oscuro. Poco a poco, fui llegando hasta aquel lugar donde me esperaban cuatro personas con mascaras sobre sus rostros, vestidas completamente de negro. Sin pedir un debido permiso, me quitaron el vestido que llevaba puesto, limpiando luego con paños húmedos cada parte de mi cuerpo, cerciorándose de alguna herida o cicatriz reciente.

Diciendo una y mil veces cientos de oraciones, aquellos seres extraños peinaron nuevamente mi cabello y luego dejaron sobre mi rostro una mascara de pico de cuervo, con plumas reales que apenas me atrevía a tocar con la punta de mis dedos. El vestido era de la misma tonalidad que el antifaz, mientras trataba de observarme en un pequeño espejo, con el corazón completamente agitado.

Se escuchaba la primera campanada, con la tercera debía estar ya sobre aquella pista.

Asentí con la cabeza, siendo guiada nuevamente por aquellos guardias. Llevaba mis pies descalzos, sintiendo frío al dar cada uno de esos pasos que se iban rápidamente iluminando por pequeñas bolas de fuego. Los faroles iban guiando el camino, escuchando como el publico no dejaba de aplaudir y de lanzar toda clase de obsequios hacia el gran escenario.

En las cuatro esquinas, se encontraban tragafuegos subidos en plataformas de rayas negras y blancas. Se devoraban unos largos palillos y otros, espadas ardientes para expulsar el fuego que formaba cientos de figuras de dragones sobre el aire, enloqueciendo por completo a la multitud. Sobre otra plataforma, se podía ver a aquella chica del Cirque introducida en una pequeña jaula para aves, sacando luego su cuerpo en cuestión de minutos. Se contorneaba con suma gracia, mientras volvía a meter su delgado cuerpo sobre un cofre de madera sin dejar de saludar a aquel publico escandaloso.

Otros artistas estaban allí o más bien, los asesinos del carnaval.

Isobel se mantenía sobre el trapecio, al balancearse su vestido rojo ardía en llamas mientras daba unos cuantos giros sobre el aire. El publico, se sobresaltaba de inmediato mientras Lachlan hacia malabarismos con objetos cortopunzantes. De vez en cuando, lanzaba algunos cayendo sobre algunos de los espectadores. Afortunadamente, ninguno de ellos había sido herido. El campo protector eléctrico permanecía asegurado.

Por todas aquellas direcciones, cada uno realizaba su acto mientras me convertía en otra espectadora más de ese lugar, esperando su turno. Sin embargo debía avanzar, subirme hacia aquella cuerda floja antes de que cualquiera de ellos llegase a asesinarme. Sabía que lo harían. Lachlan e Isobel ya estaban detrás de aquella chica del Cirque, para ellos sería la primera presa en caer.

Las manos no dejaban de sudarme mientras trataba de hacer algunos giros, de hacer piruetas y danzar de un lugar a otro esperando capturar por completo la atención de todos esos espectadores. Pero al dar un solo movimiento, sentía el roce de las manos de alguien más. Isobel trataba de alcanzarme. En cada pirueta que realizaba siendo sujetada solamente de los pies, intentaba agarrarme como un ave agarra a su presa indefensa.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora