XLV

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Los guardias habían escapado al igual que los tramoyistas y cualquier persona que alguna vez estuvo involucrada con el carnaval. Los periódicos locales y las radioemisoras no dejaban de manifestar sobre lo sucedido como un evento completamente transcendental, sin dejar de mencionar también a aquella supuesta chica que había ganado el Truco Final, la denominada "Elástica".

Me había ganado el respeto de toda Venecia, mientras mis lagrimas seguían cayendo una tras otra sentada sobre aquella góndola, siendo llevada por Arlequín quien trataba de cruzar aquel rio hasta llegar a un bote un poco más grande. Nos esperaba el amo y señor del Cirque, junto a dos de sus fenómenos, los que parecían ser los únicos que aun quedaban con vida. Una chica de orejas puntiagudas y piel extremadamente brillante y un chico de cabello negro y una larga cola de mono cayendo sobre sus pies.

Arlequín alzó su mano, llegando hacia el bote. Nos bajamos de este, siendo refugiados inmediatamente por aquellas personas. El amo del Cirque, Caspar, me abrazó fuertemente. Sabía lo que aquello significaba. Ninguno de los dos había podido salvar a mi madre.

—Lo siento—sollozó.

No era capaz siquiera de decir ni una sola palabra, solo me quedé allí inmóvil como si hubiese sido despertada brutalmente de una especie de pesadilla. Lo que me rodeaba eran luces brillantes. Toda Italia esperaba poder ver a la nueva ganadora del Truco Final, haciendo que millones de barcos tratasen de agruparse para poder al menos tener una fotografía mía.

—Debemos descansar—expresó Arlequín, tomando mi mano.

Le veía, deseando simplemente que me abrazase fuertemente. Mi cuerpo no dejaba ni un minuto de temblar, esperando al menos tener los minutos suficientes para reaccionar ante lo sucedido.

Había perdido a toda mi familia por un truco, uno que solo trajo consigo muerte en lugar de efusivos aplausos.

—Escúchame—tomó Arlequín mi rostro—. Ya se acabó, todo se acabó.

Me besó, sintiendo como las lagrimas caían sobre mis mejillas.

Ya nada más existía, ni el carnaval, ni Isobel, ni mi familia.

—Saldrás de Venecia mañana temprano—suspiró—. Debes ir a descansar.

—¿Saldrás? —me inquieté.

Arlequín se alejaba, yendo hacia una de las esquinas de aquel bote. Su mirada iba hacia todos esos fuegos artificiales que se seguían lanzando en mi honor, mientras se me seguía proclamando como la gran ganadora del Truco Final.

—¿No vendrás conmigo? —me le acerqué. Aquello no era una muy buena señal.

Volvió hacia mi sonriéndome, sin embargo se dibujaba un par de lágrimas sobre sus ojos, sobre aquel rostro que ahora ya no portaba ni una sola pizca de maquillaje. Le veía como lo que era, otro excluido más.

—No lo digas—negué con la cabeza.

Se acercó hacia mi quedado su frente a la par de la mía. No dijimos ni una sola palabra más, mientras las campanadas seguían oyéndose por toda Venecia al igual que las señales de incendio.

La gran carpa teatral del carnaval, estaba completamente destruida.

Asentí, viendo como me marchaba hacia su habitación y yo a la mía,  antes de arrepentirme, antes de correr nuevamente hacia sus brazos y suplicarle que no me dejase. Sin detenerme a mirar atrás.

Apenas podía dormir. Desde la ventana veía aquellas aguas completamente oscurecidas y la gran luna llena que parecía rápidamente camuflarse con todo esa gran cantidad de humo que aun, no lograba disiparse.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora