XLIII

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Avancé rápidamente por aquel pasillo, oyendo aun los insultos de Lachlan y como parecía intentar llegar hacia la puerta e ir corriendo a asesinarme. Después de unos minutos, estos dejaban de escucharse mientras me dirigía a los camerinos.

En un brusco movimiento, cerré la puerta, dando unos pasos hacia atrás con suma agitación. Al girar, se dejaba caer un costal sobre mi cabeza, dentro llevaba un gas del sueño.

No era capaz de pensar con claridad ni de ver lo que estaba sucediendo. Una vez completamente despierta, fui capaz de escuchar aplausos y cientos de gritos eufóricos.

Aquella sin duda alguna, se trataba de la segunda parte del Truco Final.

Ya con el costal apartado de mi cabeza revuelta, repase el lugar de izquierda a derecha. El publico no dejaba de decir nuestros nombres artísticos una y otra vez, mientras detrás de mi se dejaba ver un inmenso laberinto decorado con diminutas luces amarillas. A mi izquierda se encontraba Lee junto a Hazel, a mi derecha se encontraba la chica de los tres ojos, junto con el chico de apretado corsé sobre su cintura, aparte de Isobel, una mujer de cabello gris y la otra que pertenecía al carnaval, aquella que solía introducir su cuerpo en espacios diminutos.

Desesperadamente, mis ojos trataban de buscar a Arlequín.

—¡Silencio! —gritó Isobel.

El público quedó completamente paralizado.

—Este show está dedicado a mi esposo, el Gran Maestro—sollozó—, quien lamentablemente ha fallecido. Por ti amor mío, el espectáculo de esta noche será majestuoso.

Le vi de reojo, mientras el publico no dejaba de aplaudir y lanzarle un centenar de rosas rojas.

Se escucharon tres campanadas, una señal que nos invitaba a introducirnos hacia aquel laberinto. Debíamos solo avanzar, siendo Isobel la primera en hacerlo.

Me lancé hacia adelante junto a los demás, mientras el laberinto se cerraba tras de mí. El primer elemento, tierra se dejaba ver ante nosotros, pesadas rocas nos impedían por completo avanzar.

—¡No! ¡Hazel! —chillé.

Un solo crujido hizo partir sus alas a la mitad, al igual que sus brazos. Lee y yo solo podíamos cerrar los ojos brevemente, antes de siquiera poder seguir avanzando. Las rocas rápidamente se convertían en polvo, mientras el cuerpo de Hazel seguía aun sangrando. La primera en caer.

Intentamos avanzar lentamente, sin dejar de ver la mirada vacía en los ojos de Hazel. No teníamos tiempo siquiera de llevarlo con nosotras, de arrastrar su cuerpo y realizar una cristiana sepultura. Solo debíamos seguir aguantando la respiración, mientras avanzábamos en línea recta.

Todo el camino era exactamente lo mismo una y otra vez, arbustos y flores que parecían tener ojos dentro de sus capullos, cada uno enfocándonos directamente sin siquiera pestañear. El camino se volvía tedioso y repetitivo, mientras no dejaba de tomar la mano temblorosa de Lee. Su sudor empapaba completamente mis palmas, al igual que diminutas gotas que caían sobre mi frente.

Era el segundo elemento, agua.

Aquella gota había llegado hacia la punta de mi nariz, viéndose de un color oscuro. No parecía ser exactamente sangre, sino algo más oscuro. Alquitrán.

—¡Lee! ¡Corre! —le exigí.

La lluvia comenzaba a ser cada vez más agresiva. Podía oír perfectamente los gritos de los demás, mientras tiraba fuertemente del brazo de Lee. Ambas avanzábamos descalzas, sintiendo como todo ese material oscuro nos bañaba de inmediato.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora