XXXVIII

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Debía destruirlos. Llegaba ese momento en donde sus cabezas tenían que rodar cada una por el suelo de lo que sería el Truco Final, el evento que todo el mundo alardeaba en las calles, en el Cirque, en todas esas aeronaves y globos aerostáticos. Cada fuego artificial que era lanzado hacia el cielo londinense, repetía una y otra vez cientos de eventos fantásticos sobre aquel gran espectáculo. Solo sería llevado a cabo en una sola noche, una en donde uno sería el vencedor.

Observé todo mientras sentía la brisa fresca sobre mi cabello, mientras veía como aquellos fenómenos entrenaban, lanzando cuchillos, haciendo alarde de sus rarezas a sus compañeros. Cada uno era más talentoso que el otro y con un don, que los volvía completamente letales. Una mujer de cabello negro era capaz de doblar su cuerpo en miles de posiciones, introduciéndolo en una pequeña caja donde seguramente guardaba algunas de sus joyas. El de grande alas llamado Lee, solía hacer giros en el aire volando tan alto hasta alcanzar con sus manos cada tenue nube dispuesta a emitir un potente rayo. Luego, estaba aquel sujeto de rasgos femeninos el cual solía moverse extrañamente hasta tomar la forma de un salvaje jaguar.

Me mantenía todavía en esa cuerda floja, tan alta como se me permite ver la ciudad y también, la mansión del Gran Maestro. Extrañamente pensaba en él, en sí estuvo enterado todo este tiempo de los planes de su tan celebre sequito. Le veía como un hombre despiadado, pero sus seguidores lo eran mucho más.

Aunque, ¿Por qué no me había asesinado desde un principio? Lachlan y Arlequín pudiesen haber seguido sus instrucciones. Sin embargo aún seguía con una vida aferrándose a la sola idea de vengar a los míos y posiblemente, a cada inocente que había muerto en manos del carnaval.

Mi cabeza se levantaba de golpe al ver un cuchillo sobre mi rostro. Lo sujeté de inmediato con mi mano izquierda, consumida por la furia y el dolor inserto en mi corazón. Cada uno de mis músculos se endurecía, mientras me mantenía firme sobre esa cuerda floja con el el dueño y señor del Cirque, lanzaba cientos cuchillos a  su haber.

Mis fosas nasales se dilataban, pero seguía avanzando en cada movimiento, dando giros y piruetas mientras los fenómenos se quedaban viendo aquella demostración de mis habilidades. Todos contenían el aliento, sintiendo como todo ese aire cargado de tensión.

Con cada paso, con cada giro y sudor caído sobre mi frente, veía el rostro de todos ellos. De mi familia, de cada miembro del carnaval, de mis hermanos. En cada pestañeo, los ojos de Lachlan me perseguían al igual que la sonrisa de Arlequín. Dos presas que debía estar dispuesta a cazar con mis propias manos.

El engaño de ambos no podía hacerme débil, sino fuerte, despiadada.

Sostenía cada arma que ese sujeto lanzaba en contra mía. Sus armamentos rozaban mi piel, pero no le daba siquiera la satisfacción de caer. No más.

Parte de mi entrenamiento, había concluido. Los fenómenos no dejaban de aplaudir, mientras les daba a todos una muy respetuosa reverencia.

—¡Silencio hermanos! —gritó aquel hombre—. Nuestra miembro más actual aún no está lista.

—¿De que hablas? —inquirí— Estoy lista. Siempre lo estuve.

El hombre de ojos rojizos me lanzó el ultimo de sus cuchillos, ocasionando que rápidamente perdiese todo equilibrio, cayendo hacia el vacío. Lee me sujetaba de inmediato, ahogando un grito sobre mí garganta. Sus inmensas alas, rozaban suavemente mis rodillas.

—Aún no estás lista—repitió el amo y señor del Cirque.

Me llevé ambas manos sobre mi pecho, calmando cada uno de los latidos de mi corazón. Los ojos rojizos de ese hombre, se fijaban directamente hacia mi mientras bajaba de aquel árbol, con suma gracia y elegancia. 

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora