XLII

17 4 0
                                    


Esperaba ansiosamente encontrar a mi madre y a Simon. Corría por alcanzarlos a ambos y también para ver a mi querida hermana, Ethelia.

Quería dejarme llevar por mi propio instinto, por el hecho mismo de que ya era libre, libre de mí misma, del carnaval y de todo lo que este me había hecho.

Habían matado a inocentes, a muchos inocentes como si fuese un muy antiguo arte que deleitaba a millones de generaciones. Un carnaval que solo llevaba muerte consigo y no aplausos, como querían hacerlo ver a todo el mundo que entraba hacia esa carpa.

Mi corazón saltaba en un solo latido. Ni siquiera podía atreverme a moverme, siendo sus manos las que rodeaban mi rostro. Luchaba con su agarre, con la intención misma de hacerle daño mientras él tan solo me acariciaba desesperadamente.

Sabía que quizás Isobel nos estaría observando, queriendo poner aquella almohada sobre mi rostro. Pero solamente estábamos solamente él y yo.

—Asesino—susurré.

La furia inundaba mi corazón aun palpitante. Deseaba escupirle la cara, pero apenas lograba siquiera tragar un poco de saliva, mientras él seguía sosteniendo aun mi mano.

—Roan por favor, escúchame—murmuró—. No tenemos mucho tiempo.

Mi instinto me pedía hacerle daño, sin embargo seguía todavía recostada sobre aquella cama con varias vendas sobre mi pecho. Sus ojos no dejaban de verme, completamente rojizos.

—No voy a hacerte daño—negó con la cabeza.

—Lo hiciste—protesté—. Me engañaste.

Las lagrimas seguían cayendo una tras otra. No podía detenerme, dejar de temblar ante su presencia, ante el hecho de que se comportase de manera tan amable conmigo. Aquella era sin duda alguna, otra de sus tretas.

Mi mirada era esquiva ante el hecho de que quisiese tocar mi rostro. A un lado de esa cama, había puesto un plato de sopa caliente, el lo revolvió un par de veces para luego alzar la cuchara sobre mi boca. Le escupí de inmediato, resoplando.

—Me lo merezco—susurró—. Merezco tu odio y el hecho mismo de que aun desees asesinarme.

Me obligué al hecho mismo de llorar nuevamente o darle una fuerte bofetada sobre su rostro. Él no dejaba de mirarme, luciendo extrañamente apenado. Un muy perfecto disfraz.

¡Lárgate de aquí! —chillé—. ¡Lárgate!

—Roan, tranquilízate—trataba de tomar mi rostro con sus manos.

—No me toques. Me mentiste y dijiste que me amabas.

—Aún te amo.

No podía permitir que siguiera engañándome.

Luchaba contra él, contra le necesidad de correr. Sabía que probablemente aquella podía ser una de las instalaciones del Gran Maestro y que Isobel, me estaría esperando ansiosamente con los brazos abiertos con tal de hacerme daño. Aún le veía capaz de ello y sabía que estaba mandando a su perro guardián para realizarlo.

Sentía un nudo sobre mi garganta al intentar decir solamente su nombre. La preocupación inundaba inmediatamente mi pecho, sabiendo que todavía el Truco Final no había concluido. Todavía no se sabía con exactitud quien era el vencedor.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora