XIX

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Suspiré mientras veía aquella fotografía y de inmediato, la voz de mi madre retumbó sobre mi cabeza, no clara y serena sino completamente dolorosa. Recordaba su muerte.

Mi madremurmuré. Apenas podía decir una palabra.

—Amaba a Jesabelle, pero no podía quedarme con ella. Ambas teníamos que separarnos, por el bien de ambas y de la familia que había construido—comentó ella—. Lo hice para salvarla del carnaval.

Sabía lo del carnaval, la historia que mi madre le contaba a Ethelia y luego a mí. Era un mal cuento, pero que lo mencionara ella causaba cientos de escalofríos recorriendo mi piel. Tenía que alejarme de ella, buscando algo que arrojar. Solo podía encontrar un silla, provocando un gran ruido que posiblemente sería oído por alguien más.

—¡Cállate!—chillé—. Te uniste a este lugar dejando a mi madre. Ella murió y luego mi hermano, todo por este lugar.

Todo se convertía en silencio. Ella no dejaba de temblar.

—Si dices ser su hermana, la hubieras salvado, hubieras salvado a Simon—murmuré.

Se levantó tomando mi rostro con sus manos, algo que también hacia mi madre cuando algo realmente me molestaba. De alguna forma, sus ojos eran los de ella.

Pero puedo aun salvarte a ti, a Ethelia. Y el truco final, es la única alternativasusurró.

Solté un bufido pero no dije ni una sola palabra. Alguien golpeaba la puerta, uno de los guardias le pedía a Isobel alistarse. El espectáculo ya iba a dar inicio. El segundo, con el tercero se daba fin a nuestra estadía por Italia.

Fuera de la habitación, un guardia robusto me guio hacia bambalinas, el pequeño lugar donde debíamos vestirnos y maquillarnos para la función. Mi tocador estaba lleno de amenazas de muerte sobre el espejo, pintadas todas con lápiz labial. Seguramente, de Valdis.

Hazel y aquella pequeña niña estiraban sus brazos y piernas, mientras que Lachlan no se encontraba sentado sobre su tocador. En su lugar se encontraban aquellas dos chicas que habían ingresado al carnaval junto con mi hermana, ambas completamente nerviosas.

Me resultaba imposible no quedarme quieta, yendo hacia ellas de inmediato. Una la de cabello rubio, tan solo me veía sorprendida.

—¿Saben algo de Ethelia? —me inquieté.

Ambas negaron con la cabeza.

El acto de la mujer barbuda estaba ya por concluir. La gente se emocionaba al ver como hacia peinados con su excéntrica y larga barba o como se la cortaba mientras crecía inmediatamente. Un espectáculo clásico. Luego, sería el turno de Arlequín y luego se daba paso al grupo de los dieciséis. Debía buscar rápidamente a Lachlan, quien seguía siendo el primero en la lista.

—Las dos nuevas, vengan conmigo—expuso uno de los guardias, inesperadamente.

Ambas chicas apenas lograban levantarse. Una tomando la mano de la otra, avanzaban con suma lentitud mientras el grupo de los dieciséis las veían en silencio. Nadie respiraba ni mucho menos pestañeaba, oyéndose tan solo el fuerte aplauso del público.

Arlequín ya está paseándose por toda aquella pista, sintiéndose el amo y señor de todo el carnaval. Sus movimientos iban de un lado al otro, era como si quisiese abalanzarse entre toda esa multitud completamente enloquecida. Todos gritaban su nombre o más bien, como el público deseaba llamarle. Obviamente, estaba disfrutando de la atención que recibía. Interpretar ese papel de payaso, de alguien al cuál todo el mundo deseaba ver su verdadero rostro era una clara forma de incentivar aún más la venta de entradas, en especial entre las mujeres.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora