XI

38 3 0
                                    


Se nos despertó a todas casi al llegar el mediodía. El sol brillaba con suma intensidad. El desayuno se serviría pronto y luego, nuestro anfitrión nos estaría esperando en lo que él llamaba "El Gran Salón de las Maravillas".

Desde que me raptaron, nunca había dormido por tanto tiempo, incluso las pesadillas habían cesado un poco. Ahora apenas se trataba de  una y luego, mi mente se sumergía en el silencio, en el cansancio.

Fue la primera vez que comía panqueques en tanto tiempo. Ethelia los preparaba en casa. Su receta secreta era ponerles un toque de miel. Cada bocado, era sumamente exquisito. Estos tenían fresas y los de las demás, chispas de chocolate. El desayuno era un gran buffet de cereales, dulces y también alimentos salados. Cada una estaba sentada en su lugar, en una gran mesa de madera puesta en un comedor amplio, de grandes ventanales. Detrás de cada una de nosotras, yacía de pie un empleado de servicio sujetando jarrones con leche, jugo, café y té verde. Nuestro anfitrión no era parte de aquella conversación, su espacio en la cabecera seguía vacío, con un plato de huevos y tocino aun en un plato de plata. A mi lado, Valdis me daba un pequeño codazo, haciendo que volviese a comer.

Limpio mis labios con una servilleta, mientras doy un sorbo de leche tibia. Parecía ser, que visualmente soy la única con modales adecuados. Las demás se llevaban aquella comida hacia sus bocas, sin detenerse a usar los cubiertos. Al frente de mí, Yoko metía algo de pan fresco sobre los bolsillos de su escotado y provocador vestido rojo. 

Tenía demasiado presente ajustar cuentas con Yoko. Solo estaba empeorando las cosas con sus comentarios sarcásticos, con aquellas miradas que solo estaban provocándome una vez más. Era una integrante tenaz dentro del grupo. Su habilidad para el trapecio, en algunas lenguas se decía que era inconfundible.

Valdis nuevamente me dio un codazo, negando con su cabeza. A pesar de todo, aun trataba de hacer que no provocase un escándalo, de ser mi amiga. Aun no estaba segura de poder confiar nuevamente en sus palabras. Sin embargo ella había perdido algo valioso, al igual que yo.

Agacho la mirada, intentando mantenerme en calma. Un sonido se escuchaba, el de una campanilla sujeta de aquel hombre encorvado. Esta en la puerta del salón, esperando a que le pongamos atención. Todas hablan entre ellas o comen despavoridas.

—¡Escuchen! —grita.

Todas le miramos, levantándonos de inmediato. El sujeto no parecía decir nada más y con un solo movimiento de su cabeza, nos pedía que le siguiéramos. A regañadientes cada una iba a su paso. A pesar de ser un simple empleado, aquel tipo solía tomarse ciertas atribuciones que nos hacían creer que lastimaría a una de nosotras, por mandato de su jefe o por su propia mano.

El gran salón de las maravillas era realmente enorme, con solo mirar el techo pintado con obras de Da Vinci me sentía completamente mareada. Hazel no dejaba de sujetarme por miedo de caer.

Traté de mantener mis ojos bien abiertos. Hay instrumentos para entrenar, cuerdas flojas, látigos, cintas, un trapecio. Cada una iba tomando su respectivo lugar, mientras mis ojos se dirigían hacia nuestro anfitrión quien tan solo lanzaba cuchillos hacia la pared. Lo hacía con suma agilidad, mientras Valdis y Yoko murmuraban sobre su atractivo físico.

Eamon se daba cuenta de que estamos allí, pero no parecía importarle.

Yoko sube hacia el trapecio y da algunas vueltas, intentando impresionar a nuestro anfitrión. Valdis apenas lograba transformarse, mientras usaba algunas cintas. Desde la pérdida de su mano, su habilidad para poder cambiar de aspecto había sido disminuida.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora