XVI

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Ni siquiera supe cuando había bajado de aquella cuerda floja, ni cuantas rosas y regalos dejaban en aquel gran escenario, todos y cada uno para mí. Solo deseaba saber que esta vez si estaría a salvo y también los demás.

Aun no sabía nada sobre Lachlan y el hecho de tener otra muerte sobre mi conciencia, no era algo del todo favorecedor. Prontamente comenzarían las sospechas, los murmullos y malos comentarios sobre lo que había ocurrido. Valdis nuevamente buscaría una nueva oportunidad para asesinarme a sangre fría y cuando ocurriera, esta vez quizás no tendría a alguien para salvarme.

Tenía miedo. Las cosas a mi alrededor estaban empeorando y no sabía con suma certera si podía seguir o no sobreviviendo a toda aquella pesadilla.

Debíamos hacer la pasarela final, una excusa para hacer algo que terminase con alguien del publico siendo introducido como la nueva atracción del carnaval. No sabíamos quien se sumaría al grupo de los dieciséis y si llegaría a sobrevivir hasta el siguiente espectáculo. Podía ser cualquiera, un chico, una chica o un pequeño niño indefenso.

El público aun enloquecía con nuestros actos. Poco a poco, parecía que el acto de la cuerda floja ganaba suma popularidad entre los Exclusivos. Solían lanzarme regalos costosos y cientos de rosas que rápidamente comenzaban a cubrir mis pies. Sin embargo mis ojos inquietos, seguían buscando a Valdis. No se encontraba, el grupo de las mujeres iba disminuyendo gradualmente. Solo la pequeña niña y Hazel estaban allí, saludando y lanzando besos a sus admiradores.

Luego, los aplausos se hacian cada vez más excesivos. El Gran Maestro y su sequito salían para despedir el espectáculo, luciendo dichosos como las estrellas principales de la velada. El titiritero con todas sus marionetas, entre ellas el Arlequín.

Le di un rápido vistazo, mientras tan solo se encargaba de sonreír. Los asistentes, especialmente las mujeres no dejaban de gritar en cuanto él parecía ser el amo y señor de aquel escenario paseándose de un lugar a otro, haciendo giros e intrépidas volteretas con una especie de patines que parecían estar adheridos a sus pesadas botas oscurecidas.

Me quedé viéndole, no por admiración sino por miedo. Arlequín podía delatarme en tan solo un instante. Seguía siendo una persona completamente peligrosa, alguien del cual con tan solo una mirada podría llegar a asesinarme. Le veía capaz de ello, de poner uno de sus cuchillos sobre mi cuello.

Dos horas más tarde, estaba ya en mi habitación. Al menos esta tenía una ventana que nos dejaba ver todas esas luces brillantes las cuales, alumbraban a cada uno de esos enormes y coloridos carteles del carnaval.

No sabríamos cual sería el nuevo entrenamiento ni cuantos días estaríamos en Italia. Todo era nuevo y aún seguía pensando en mi hogar, en Ámsterdam. Pensaba en el hecho de jamás haber valorado mi casa, el hecho de pasar al menos unos segundos con mi hermana. En verdad extrañaba a Ethelia, su risa contagiosa en la mañana y el hecho de que en ocasiones solía pedir prestada la pulsera de nuestra madre.

La pulsera de mi madre.

 Había olvidado por completo que aun la llevaba conmigo. Estaba todavía en el bolsillo de mi vestido, el mismo con el cual me habían secuestrado. Debía estar aun en aquel armario, el único recordatorio de que una vez fui también libre.

Me levanté de inmediato de aquella cama, yendo hacia el pequeño armario cercano a la puerta. En cuanto lo abrí, agradecí a Dios el hecho de que ese vestido siguiese aun en uno de los tres colgadores. Sin embargo para mi desgracia, no había nada en este.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora