VIII

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Sin previo aviso, nos despertaron a todos a la seis de la mañana. Solo me había podido dormir, minutos antes de que dos fornidos guardias entraran hacia la carpa con un altavoz. No se inmutaron siquiera en ver chicas en ropa interior o ver que algunos, apenas lograban despertarse. Cumplían con su trabajo, hacer que todos estuviésemos de pie a un lado de nuestras respectivas camas.

Uno de los guardias, alto, musculoso y de cabeza calva se dirige hacia la cama de Valdis, tomando sus zapatillas de ballet y algo de ropa. Le doy un vistazo rápido a Lachlan, quien tan solo niega con su cabeza.

El sujeto mete todo en una bolsa oscura para luego quedarse en su respectivo lugar, cercano a la salida junto a su compañero. Ambos, se veían exactamente iguales.

El de cabeza calva da un chiflido, haciendo que hombres diminutos, enanos al parecer, saquen cada una de nuestras pocas pertenencias. Todos se agitan y preguntan sobre lo que está pasando. Los más atrevidos, como Tristán, tratan de enfrentarse con aquellos hombres. Pero cada uno de los intentos, termina con él siendo empujado hacia su cama.

Los enanos meten todo en baúles dorados, siendo estos traídos por otros extraños seres encorvados quienes se mueven con suma agilidad a pesar de su tamaño. Prontamente, ya no hay ningún solo vestigio de algo que nos pertenezca. Incluso, los osos de peluche de aquellos quisquillosos niños son arrebatados de entre sus manos. Ambos, no dejaban de llorar. Me recordaban a Simon. No podía hacerme la indiferente ante aquellas miradas entristecidas, haciendo que les protegiera de inmediato.

Muy biencomentó de inmediato aquel guardia de cabeza calva. Saben que este tren se dirige a todas partes del mundo. América, Europa. Esta vez nos trasladaremos hacia Italia. Salgan en grupos de cinco.

—Si no tenemos otra opción —ironizó Tristán.

De inmediato, aquel hombre se acercó hacia él propinándole una muy fuerte golpiza sobre su boca, haciéndola sangrar. Posiblemente yo también lo hubiese hecho, sin embargo me sentí apenada frente lo que estaba sucediendo. Aterrada, debido a que ese hombre y su acompañante parecían dispuestos a hacernos daño si no obedecíamos.

Tomé de la mano a aquellos niños y luego ellos agarraron la de Lachlan. Levanté a Tristán del suelo. Sabía que nadie más lo quería como compañero, aún más con su carácter tan tedioso.

Se nos da ordenes de ponernos en fila, como siempre es alfabéticamente. Se nos pregunta a todos nuestros nombres, apellidos, lugares de nacimiento y edad. Luego, nos revisan visualmente con un aparato perteneciente a la seguridad ciudadana. Lo conozco bien. Detector de rayos. La policía trató de usarlo en mí una sola vez, cuando creían que había hurtado un jade de una exhibición del museo de Ámsterdam. Según las cámaras, vieron que le di un mordisco para luego tragarlo. Fue un completo error, ya que estaba debajo mi lengua. Lo vendí para que mi hermana, tuviese el dinero suficiente para construir el techo de nuestra casa. Obviamente se molestó. Pero al menos, ese año estuvimos libre de los imparables huracanes.

Busco entre los poco que quedamos a Valdis y también, en la fila de fenómenos. Pero no se encontraba presente, ni siquiera el Arlequín.

Cuando se aseguraron de que estábamos todos en la fila, escuchamos un fuerte ruido. La gran carpa teatral cayó hacia el suelo, como si hubiese sido aplastada. Luego le siguieron las demás. Solo una cayó en pie, la que parecía ser la más importante de todas. La del Maestro.

Se oyen aplausos y ruidos. Alcancé a divisar un poco de gente que se encontraba en la entrada, gritando y llevando rosas sobre sus manos.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora