XXII

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Me desperté con los rayos solares proyectándose sobre mi rostro. Daba vueltas sobre aquella cama, viendo a Lachlan aun a mi lado, durmiendo plácidamente. Me atreví a moverme un poco más hacia él con tal de ver su rostro. Besaba cada facción, cada cicatriz.

Prontamente nos llamarían para entrenar. Era el último espectáculo que se realizaría en Italia, por lo tanto la exigencia y presión sería completamente severa en cuanto a aquellos actos. Era obvio que tocarían a nuestras puertas en cualquier segundo. En la mía, encontrarían a mi hermana durmiendo sobre mi cama y en la de Lachlan, probablemente algo que sería motivo de escándalo, de un evidente castigo.

Pero no me importaba, ya que solo deseaba seguir allí sobre su pecho desnudo.

Poco a poco fue abriendo sus hermosos ojos, enfocándose en mí. Sus manos se entrelazaban sobre mi cabello ondulado, acariciándome.

—Buenos días—sonrió mientras acariciaba mi mejilla.

Volví a besarle, a tiempo de que alguien golpeaba aquella puerta. Me acomodé rápidamente, sentándome, ocultando mi cuerpo desnudo sobre esas sábanas blancas. Buscaba con mi mirada el camisón que llevaba puesto, encontrándolo cerca de un pequeño espejo.

Lachlan me pedía permanecer en silencio, mientras se dirigía hacia la puerta. Giró la manilla y abrió. La voz se me hacía familiar, se trataba de Arlequín.

—Se te solicita en el gran escenario. A ti y quien este contigo allí dentro—indicó Arlequín con suma seriedad.

—No hay nadie conmigo—refirió Lachlan, enfadado.

—No tienes por qué engañarme, hermano.

—Ya no soy tu hermano.

Parecía que se alejaba, haciendo que Lachlan cerrase la puerta fuertemente, sobresaltándome. Se giró hacia mí, con su torso desnudo. Lucía completamente radiante, hermoso.

Le deseaba con todas mis fuerzas. Pero desafortunadamente, no teníamos el tiempo suficiente para estar juntos. Debíamos alistarnos, antes de que alguien más llegase pateando aquella puerta.

Me apresuré para ser la primera en salir, dándole un último beso y echándome a correr hasta llegar a mi habitación donde mi Ethelia, me esperaba con su ceño fruncido. No tenía tiempo para contarle, solo le había dado un beso en su mejilla, aguardando que permaneciese una vez más con la puerta cerrada.

Ya formada junto al grupo, veía que iban quedando pocos. Éramos apenas siete. Hazel, Lachlan, los dos pequeños niños quisquillosos, Valdis, un chico de Cabellos azules y rasgos asiáticos. Finalmente, estaba yo. Claramente había bajas significativas, algo que podía ser perjudicial para el espectáculo.

Los guardias se quedaban uno a uno detrás de nosotros. Allí también estaba el Gran Maestro, a su lado, Arlequín, Isobel y un sujeto fornido que nos veía esperanzado. Al menos, esta vez no estaban los otros fenómenos. Me tranquilizaba por unos segundos, sin embargo, no sabíamos con suma certeza lo que se debía esperar, más cuando el Gran Maestro se levantaba golpeando su fiel bastón oscuro.

El líder y mandamás del carnaval fruncía el ceño, viéndonos a todos. Aun en ello, en aquel desplante, es un hombre atractivo. Valdis no dejaba de verle, deseándole quizás mientras levantaba la cabeza.

—Felicidades por perdurar todo este tiempo. El truco final será pronto y saben perfectamente lo que significa—indicó él, seriamente—. Uno ganará, si lo otros fracasan. No abra excepciones cuando se trate de un mal espectáculo.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora