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Buscamos un lugar para sentarnos. Los pastos eran verdes y los árboles rígidos y frondosos. El sol apenas molestaba. No había tanta gente, a lo mucho unas pocas familias inmersas en pasarla bien. Néstor y yo estábamos lejos de la concurrencia. Cruzó las piernas y desabrochó los primeros botones de su camisa, relajándose después de una jornada dura de trabajo.

—Me agrada esto —dijo mirándome—. No hay mejor manera de acabar la semana que venir aquí y respirar el aire puro.

—Es cierto, y más cuando estás en compañía. ¿No lo crees?

Asintió.

—En compañía de alguien muy guapo.

Reí. Quería saber más. Ese porte tan carismático me invitaba a disparar todas las preguntas que se me pudieran ocurrir en ese momento. Giré el cuerpo y apoyé mi codo en el respaldo, enfocando toda mi atención en su distinguido rostro.

—¿Hace cuánto lo descubriste?

Néstor, desviando la vista en una actitud condescendiente, sonrió.

—No soy de los que piensa que lo descubre.

«Ah...»

—Desde que era un niño, mi atención siempre estuvo enfocada en los muchachos. Mis amigas me daban igual, caso contrario con mis amigos, a quienes procuraba todo el tiempo.

—En eso nos parecemos.

—Bien, entonces me entenderás si te digo que lo sabes desde el principio, pero tienes miedo de decirlo abiertamente porque sientes que eres diferente.

Lo veía fijamente.

—Lo tuve, pero ya no le temo a nada, no desde aquella noche que se lo dije a mis padres y a todos mis familiares y decidieron hacerme a un lado —le dije impasible, diestro en mis declaraciones. Néstor estrujó mi hombro suavemente.

—Fuiste valiente. Mi papá murió antes de que pudiera decírselo. Después de su muerte, creí que mi madre se deprimiría porque le dolió mucho cuando se lo confesé. Sin embargo, ella... sólo sonreía. Sigue allá en el rancho. Mi hermano cortó toda relación conmigo, pero mi mamá todavía me habla de vez en cuando para saber cómo estoy.

Se acodó sobre sus rodillas y miró hacia el camino.

—Lamento lo de tu padre, y lamento que tengas que pasar por esto.

—Si te soy honesto, no me afecta tanto.

—¿Por qué no se lo dijiste antes?

—No fue mi idea, sino de ella. Mi papá era un macho. Repudiaba esos comportamientos. Despidió a dos trabajadores de la finca cuando los encontró cogiendo en la parte trasera de uno de los establos. Fue tanta la ira que mi mamá creyó que me golpearía o que incluso me mataría antes de tener un hijo maricón, que me echaría de casa sin haber acabado mis estudios. Decidí esperar hasta después de la universidad. Si me lo preguntas, estoy seguro de que hay más como ese par entre los empleados, no tengo la menor duda.

—Tú mamá fue la única que te apoyó.

—Sí, y también algunos familiares cercanos. Es extraño el momento en el que sabes que estás madurando sexualmente, ¿verdad? —me observaba con picardía—. Miraba a todos los del rancho bajo el sol, sudados y sin camisa, robustos; cómo jugaban entre ellos sin la menor pena, viriles. Todo un ambiente turbio en testosterona. Se desnudaban y nadaban juntos en el río, desvergonzados e impudentes. Era imposible para mí no estar excitado, no sentirme atraído. Jugaron conmigo muchas veces, obviamente sin meterme mano. Pero si lo hubieran hecho, me habría encantado.

Rojo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora